jueves, noviembre 06, 2014

HOY, SÓLO POR HOY.

Hoy, simplemente, no tengo ganas de llegar a casa.
Hoy, nada más quiero estar sola.
Ojalá pudiera llevar mis heridas hasta el mar
en esta fría noche de luna gris, la primera de este invierno.
Sentir el frío en la piel y el calor del alcohol que quema por dentro. Mis pies estarían desnudos, mis ojos tristes,Lls manos vacías y un corazón roto.
Hoy, solo quiero no tener que llegar a casa.

miércoles, octubre 22, 2014

OLVIDO


Si te beso o tu me besas,
lo he olvidado

Si has tomado mi mano o acariciado mi espalda,
ya es algo del pasado.

Si tus miradas atraparon mis sueños
y tu lengua dejó huellas de fuego sobre mi piel;
la sangre de mis heridas las han borrado

El amor muere de olvido...

miércoles, octubre 15, 2014

ESPERANDO...TE




Me despojo del temor y...continúo esperándote.

En la fría quietud de este océano inmenso se sumergen lágrimas huecas que hoy caen y se extinguen sin dolor, perdiéndose entre las sinuosas marcas de un rostro de ayer que se quedó congelado; encarcelado dentro de  nubes grises cargadas de indiferencia.

Desde la ventana de mis débiles pupilas, seguiré esperando tu luz y aquel calor que un día abrazó y entibió la antigua piel que un día te amó.


Historias de Eross y Afroditas - Sam Mezylv

viernes, octubre 10, 2014

SUEÑOS DE ÉBANO




Agitada alma ésta la mía, que sin unos besos se siente perdida.
Maquillada con sonrisas y vestida de algodones; decidida,
sale al encuentro de claras noches de luna llena,
en donde el frío viento de las montañas dormidas
yerguen los botones de mis maduros pechos
buscando ansiosos aquella boca que los llene
con el calor y el fuego de una lengua mágica.

Tacones de hielo inundan el eco de la silenciosa noche
Sombras oscuras acechan a este tembloroso cuerpo
y unos fuertes brazos lo atrapan, acorralándolo contra un erguido y endurecido miembro
que lucha por ser liberado de su desesperado encierro.

Suaves manos de ébano descontrolan mis ansias.
Llena y dulce boca aceituna recorre mi piel
y esta agitada alma se vuelve a perder
entre blanca bruma y un nuevo y húmedo amanecer.


Sam Mezylv

jueves, octubre 02, 2014

FRÍA / VERSOS Y POEMAS



En medio del caos,
una voz serena que acompaña
mis pasos
y una tenue sombra
que en la distancia me observa.

En mitad de un sueño,
una mirada y una beso que 
me roban el aliento,
humedeciendo mis labios
sedientos de ti.

En las tardes de lluvia,
un viento fresco
me trae un aroma
que reconoce mi piel
con apasionada nostalgia.

En noches como aquella,
una suave caricia
me hace estremecer
envuelta en un abrazo frío.

Y hoy, aquí,
en este silencio
lleno de recuerdos,
una cama vacía
que agoniza 
noche y día
por tu ausencia.

Aprovechando una poca de inspiración...

Sam Mezylv

martes, septiembre 30, 2014

TACONES DE PRIMAVERA / ENCONTRADOS

-Qué es ese calor?.... ¿Es que ya morí?... ¿Dónde estoy?... Definitivamente morí y ese, ese debe ser un ángel. Es mi ángel. Pero ¿qué hace aquí? No deberías estar aquí pequeña… Yo… Yo te salvé. Debí haberte salvado. Pero... . 
Max tembló y apretó aún más los ojos. Sentía mucho calor sobre su piel que hacía que el dolor se aminorara un poco. Le gustaba ese calor. ¿Era eso una caricia? De repente se sintió observado y con mucho esfuerzo pudo al fin abrir sus ojos. 
No era un sueño. No estaba muerto. ¿O sí? Ahí estaba ella. La niña de sus sueños, la causante de sus pesadillas y de sus más íntimos anhelos. Pero qué hacía ahí junto a él. Ahora no podía recordar nada. Volvió a cerrar los ojos y decidió quedarse sumido en aquellas suaves caricias que esa niña le prodigaba. Si eso era estar muerto lo estaba disfrutando. 
De pronto estaba hundido en un sueño muy profundo en donde nadaba por aguas muy pesadas y oscuras.
-¡Max!- escuchó la voz de una mujer que lo llamaba.  - Esa voz, ¿por qué me sabe a dulce? a…. ¿galletas? 
Luego todo volvía a ser sombras; luego dolor, calor, fuego. Miedo, mucho miedo. 
Abrió los ojos. 
-Ho… hola – Cecilia le sonrió con su rostro completamente sonrojado. La había descubierto acariciando aquel caminito que en cuanto puso la yema de sus dedos sobre él la llenó de curiosidad y ¿deseo?. 
-Ehhhh... ¡Despertaste! ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? – Cecilia sonreía nerviosa mostrandole su linda dentadura envuelta en esos labios que siempre ha deseado besar. 
Max la observaba sin poder creer que ella le hablaba a él. Que la tenía tan cerca. ¿Qué había pasado? ¡maldita sea! No recordaba nada.
 -Yo... yo estaba… Limpiando una herida que tenías…. Ahí. Había sangre… si eso… sangre… como tienes aquí y aquí… y ahí.
Cecilia apuntaba suave con el paño húmedo sobre la piel de Max en la que ya no se veían heridas… ni sangre.
-¿Qué hago aquí? – preguntó luego de algunos segundos en que sentía la garganta seca y que las palabras se negaban a salir de su boca. 
-Eso. Estaba intentando sanar tus heridas que veo… han desaparecido
Cecilia frunció el ceño al ver que sus intentos por verse normal en esa posición frente al vientre desnudo de él no tenía sentido. La había descubierto y no tenía cómo salir de aquella habitación sin parecer una estúpida acosadora. 
Max se tocó el pecho, aún dolía en algunas partes pero notaba que no habían heridas como le decía la niña.
-¿Te duele algo? - preguntó Cecilia mirándolo fijamente por unos instantes hasta que sintió la confusa mirada en los ojos de él y la escabulló como pudo.
-Creo que iré a decirle a mis padres que ya estás mejor
Pero al levantarse de su lado Max la tomó firmemente de la muñeca. Quería palpar, sentir que lo que estaba pasando era real. Que ella era real y que estaba ahí junto a él.
-No te vayas, espera. 
Cecilia tragó saliva y se volteó a mirarlo. Max se acomodó en la cama semi sentado y la acercó un poco más hacia su rostro haciendo que ella tropezara sus rodillas sobre el mullido colchón y tuviera que subir sobre él acercándose peligrosamente hasta su cara. Sus pequeñas manos se apoyaron sobre la colcha temblorosos mientras sus ojos volaban rápidamente hasta aquella boca y no podía dejar de imaginar como sería sentirlos sobre los suyos. 
-Por favor, dime de una vez qué hago aquí. Esta no es mi casa. Dónde estoy, por qué… por qué me duele todo el cuerpo. ¡Qué pasó maldita sea! 
Cecilia se asustó con aquel tropel de palabras que salían de su boca. Su voz era tan profunda y sexy que no pudo evitar que los latidos de su corazón se disparan y comenzara a hiperventilar. Pero al instante en que aspiró su aroma se sintió mareada por el mal olor que salía del cuerpo y la boca de él. Definitivamente el chico necesitaba un baño urgente. 
-Creo que primero debes intentar levantarte y tomar una ducha. Traeré un cepillo de dientes nuevo para ti y…
-¡QUÉ SUCEDIÓ! ¡DIME! ¡POR FAVOR! 
Cecilia se alejó de él temblando. Parecía otra persona. Ya no veía en sus ojos dulzura. No era que no le quería decir, simplemente ni ella sabía ni entendía muy bien qué había sucedido. No sabía cómo explicarle y salió de la habitación corriendo dejando la puerta abierta tras de si.
Max se sintió muy mal. No quería asustarla. Vio en sus ojos temor y eso lo desmoronó aún más. Intentó levantarse de la cama pero sus fuerzas eran muy pocas. Casi no podía mantenerse en pie.
Logró sentarse bajandose de la cama y lo primero que vio fueron sus pies ¿por qué los notaba más pequeños? Miró sus manos, y con ellas sucedía lo mismo. Por instinto llevó sus brazos hacia su espalda y suspiró aliviado. Aún estaban ahí. Seguía siendo lo que era. Decidió volver a intentar levantarse pero en ese momento aparecieron Fabiana y Gualberto en la puerta de la habitación y tras ellos unos ojos asustados que no se despegaban de los suyos. 
-Veo que ya despertaste. Ven te ayudaré. Apóyate en mi. ¿Necesitas ir al baño? 
Fabiana lo miraba con ternura y él sólo se dejaba llevar por aquella voz delicada y esas suaves manos que lo abrazaban.
-Si por favor. Gracias. 
Al levantarse pudo notar que su estatura también había disminuido. Si bien ya no era tan alto como él mismo recordaba sentirse, aún lo era en relación a las personas con las que estaba ahora reunido en ese momento.
-Me puedes decir qué ha pasado ¿por favor? Le he preguntado a ella pero no me ha querido decir nada. Además, ahora que recuerdo ella… ella me estaba… me estab…
-Mamá llévalo al baño por favor. El chico necesita un baño urgente. ¿No lo sientes? ¡Huele a diablos!
Cecilia apretó su nariz hablando demasiado rápido para interrumpirlo y luego se adentró en el baño para dar la llave de la tina. 
-Vamos mamy yo te ayudo
-¡Como te atreves señorita!. Es un chico. Sal de aquí, espera afuera – gritó espantado Gualberto tomándola de un brazo y dejándola fuera de la habitación – Yo ayudaré a tu mamá. Ve a ver a tu hermano que pudo haber despertado con tus gritos. 
Max la miraba confundido ¿era la misma niña tierna y delicada que solía ver en los recreos del colegio? ¿Cómo podía ser tan irritante? ¿Qué huelo mal?.. A qué… a ¿!DI A BLOS?! 
En ese momento recordó. Justo cuando entre Gualberto y Fabiana lo estaban acomodando dentro de la tina. 
-El cementerio… ustedes… Ella. Yo… Yo no debería estar aquí. Dijo luego de unos segundos aferrándose a la tina con los labios temblorosos. Fabiana lo miró con ternura.
-Lo estás Maximiliano y estás con nosotros para averiguarlo. Nosotros te ayudaremos a regresar donde ellos… si quieres.
Gualberto la miraba embobado ¿de qué hablaba? ¡Ese chico tenía que salir esa misma noche de su casa! 
-Te dejaremos solo. Trata de relajarte. Todo estará bien. No estás solo 
Fabiana salió del baño cerrando la puerta suavemente tras ella. Max se quedó con un nudo en la garganta. Los recuerdos estaban llegando a su cabeza como una ráfaga de imágenes inconexas. No pudo dejar de soltar un quejido y sus lágrimas azules comenzaron a inundar todo el lugar.
-Estoy solo otra vez… Ahora qué hago. Yo debía ser el sacrificio… No tu… Ese era mi destino. 
Max no podía dejar de lamentarse. No se daba cuenta del desastre que estaban provocando sus lágrimas hasta cuando vio abrirse la puerta lentamente y la vio nuevamente. 
-¡Pero qué es todo esto! Vas a inundar la casa. ¡Cierra esa llave del agua por Dios!
Pero Max no la oía. Sus ojos y sus oídos estaban cerrados. Su mente y  todos sus sentidos estaban más alterados que de costumbre. Salió del agua sin importarle que estuviera desnudo, ni la mirada asombrada que se paseó por su sombra al salir del agua. Se acercó a Cecilia y la abrazó fuerte, muy fuerte. Ya no se alzaba sobre ella por casi dos cabezas, ahora él podía aferrarla a su cuerpo sin temor a hacerle daño. Su boca estaba demasiado cerca, su piel relucía, su pecho estaba agitado. Recordó cuando la alzó entre sus brazos para alejarla del peligro que la acechaba. Sintió un fuerte escalofrío recorrer su columna vertebral. Cecilia callaba. Sentía que le faltaba el aire y que en cualquier momento se desmayaría. Pero ese abrazo era más, mucho más que eso.
Como por un impulso ambos cerraron sus ojos a la vez y sintieron que sus almas eran levantadas por un torbellino de emociones antiguas que los llevaban por cientos o miles de años en el pasado. Un pasado demasiado doloroso que los había separado trágicamente pero que ahora los había vuelto a juntar.
Abrieron los ojos de golpe segundos antes de sentir que eran traspasados violentamente por una masa de energía oscura que los separó y lanzó lejos, golpeándose contra las paredes de la habitación en la que estaban. 
Sólo las lágrimas que antes había derramado Max sobre el piso evitaron que el golpe los matara a los dos. 
Fabiana y Gualberto entraron corriendo al sentir el fuerte estruendo. 
-Ya lo saben – dijo Fabiana con voz temblorosa
Gualberto corrió hasta donde estaba su hija. La tomó en sus brazos para llevarla hasta su habitación. Fabiana esperó a que su esposo volviera y le ayudara con el cuerpo pesado de Max.
-Quienes lo saben Fabiana. ¿De qué hablas?. Por favor, ya basta de todo esto. Siento que voy a enloquecer. Dime mi vida… por favor. Qué está sucediendo. ¡QUE NOS ESTÁ PASANDO! 
-“Ellos”. Nos encontraron. Él los atrajo hasta nosotros – Dijo, apuntando a un Maximiliano completamente desvanecido.

jueves, septiembre 25, 2014

TACONES DE PRIMAVERA / CAPÍTULO UNO


Max estaba demasiado mal herido.
Subieron a la camioneta y se acomodaron como pudieron. Él era muy grande, más ahora con sus alas descubiertas.
Fabiana tomó al pequeño entre sus brazos y lo llevó junto a ella al lado de Gualberto, quien manejaba como un poseso.
Atrás, Cecilia acariciaba el rostro de Maximiliano. Jamás podría entender todo lo que estaba sucediendo. No quería pensar en ello. Sólo pensaba en llegar luego a un hospital para curar las heridas de ese cuerpo que había salvado a su familia sin saber porqué.

- No podemos llevarlo al hospital

De pronto Fabiana rompía el tenso silencio que se había instalado entre ellos.

- Y qué quieres que hagamos. Está demasiado mal herido

A Gualberto le pareció distinguir un leve brillo diferente en los ojos de su mujer. No era el mismo de la de antes. Este era diferente. Muy similar al de cuando era aún una niña y lo había embrujado con su sonrisa y ternura.

- No sabemos cuándo sus alas desaparecerán. ¿Cómo explicaremos eso? Vamos a casa. Cecilia y yo cuidaremos de él.

La niña levantó recién su mirada hacia adelante.

- Qué... quien... ¿yo?... Pero ... pe..
- No te aflijas hija. Ya sabrás qué hacer.

Gualberto las miraba ambas intentando comprender todo. Las cosas eran tan surrealistas que si no fuera por la lluvia que parecía perseguirlos por una oscura carretera pensaría que estaba aún viviendo una pesadilla de la cual no sabía si quería despertar ya que en ella estaban las personas que más amaba en la vida. Sentía que al fin había recuperado a su familia; sobre todo a Fabiana.

Al llegar a la ciudad, el cuerpo de Max parecía haberse vuelto un poco más pequeño. Sus alas ya casi no se distinguían sobre su espalda, y algunas de sus heridas se habían esfumado como si nunca hubieran existido. Sólo quedaban algunas magulladuras en sus manos y en su boca.
Cecilia quería saber si no tenía más golpes en otras partes de su cuerpo pero tuvo vergüenza de averiguar.

Gualberto lo llevó a sus espaldas. El chico pesaba. Estaba frío pero sudaba. Decía algunas palabras incoherentes que poco o casi nada se lograban entender. Cecilia tomó su mano mientras subían al elevador.

Ivo se abrazaba a su madre y comenzaba a hacerle cosquillas con su respiración sobre su cuello. Ella sonrió ligeramente y Gualberto la observó embelesado. Tanto, que casi hace que Max se caiga de sus hombros.

- ¡Papá!, ¡ten más cuidado!. No sabemos si tiene algún hueso roto - rogó Cecilia, mientras sujetaba el costado de Max que se había soltado del agarre de los brazos de su padre.

Ellos la miraron sonriendo, sospechando que en esa preocupación había algo más.

El piso era amplio pero no tenía más que tres habitaciones. Optaron por llevarlo al cuarto de Cecilia ya que en el de Ivo había sólo una cuna.

A Gualberto no le hizo mucha gracia la idea de que un extraño durmiera en la habitación de su pequeña hija. Eso lo solucionaría pronto. Muy pronto.

Una vez recostado sobre ese mullido colchón Cecilia corrió a buscar agua caliente y un paño para limpiar la sangre de sus heridas que mágicamente continuaban sanando por sí solas.

Gualberto y Fabiana llevaron a acostar al pequeño Ivo y luego volvieron a la habitación donde estaba su hija y aquel extraño muchacho quien, sin pedírselo, ni conocerlo, los había salvado de... aun no sabían qué o quién pero si de algo estaban seguros, no era nada bueno.

Cecilia, con las manos temblorosas, comenzó a quitar los botones de la camisa que cubría el cuerpo de Max. Estaba demasiado pegada a su piel con un material viscoso y fétido. Su padre se acercó para ayudarla mientras Fabiana empapaba los paños en agua tibia para limpiarlo.

La niña no podía dejar de observar aquel cuerpo. Era perfecto. Nunca antes había visto el cuerpo desnudo de un hombre pero estaba casi segura que el que tenía frente a sus ojos era lo más hermoso que en su vida había visto y volvería a ver.

Sus manos parecían no obedecer a su mente y simplemente comenzaron a recorrer sus hombros suavemente. Luego bajó por su pecho y logró percibir un leve gemido que salía de la boca de aquel ángel junto con un pequeño estremecimiento. Se detuvo, conteniendo la respiración. Creía estar sola, pero pronto la mano de su padre se posó sobre su hombro y se volvió a mirarlo asustada.

- Déjame a mi hija. Ve a ver si hay algo de comida. Cuando despierte seguro tendrá mucha hambre.
- Sí papá - respondió sin muchas ganas.

Aquel roce de sus manos con esa piel la habían dejado temblando y con su corazón aún más acelerado que con todo el miedo que había tenido hasta antes de sentirse ahora segura en su hogar.

-Debes dejarla acercarse a él querido - dijo dulcemente Fabiana - Ella será la que lo podrá salvar ahora Gualberto. Este chico la necesita como ella a él.
-¿Cómo sabes eso?
-Sólo lo se cariño.
-¿Y si le hace daño?
-No lo hará. Por algún motivo que aún no logro entender, no reclamaron su alma y terminó junto a nosotros. Ahora deberemos cuidarlo. Es nuestra responsabilidad
-¡Pero por qué maldita sea. No entiendo nada! Fabiana qué ha sido todo esto. Tú lo sabes, por favor explícame qué nos ha pasado. Qué o quién es esto que yace en la cama de nuestra hija. Casi te pierdo por Dios. Creí que moriría

Gualberto al fin se sentía desfallecer. Toda la angustia y miedo que había tenido que enfrentar tan solo hacía unas horas atrás le estaba pasando la cuenta recién. Su cuerpo temblaba.  Cayó al piso justo un poco antes que Fabiana corriera a abrazarlo con fuerza y a besarlo con ternura en la frente.

-Sólo te puedo explicar lo que he llegado a entender hasta ahora. Creo que este chico nos ayudará a comprender algo más. Es todo lo que se mi vida. No te atormentes más. Ven aquí.

Fabiana comprendía las emociones que ahora superaban a su esposo. Ella intuía que algo así podría pasar. Ya lo había vivido antes con sus propios padres. 
Ella sabía que él era fuerte, por algo había sido él y no otro de quien se había enamorado y a quien amaba con toda su alma.

Gualberto se aferró a ella mientras se apoyaban entre los dos para levantarlo del suelo. 
-Ven, vamos a nuestra habitación, Cecilia sabrá qué hacer con él. No temas. Confía en mí
-Te extrañaba tanto - suspiró Gualberto mientras caminaban abrazados hasta la otra habitación que se encontraba al otro extremo del pasillo.

Cecilia se encontraba preparando una sopa. De niña su madre siempre le hacía eso cuando ella se sentía enferma o triste por las burlas de sus compañeras en el colegio. No sabía muy bien cómo hacerla, sólo siguió su instinto y parecía que este era muy asertivo ya que cuando terminó, le echó una probadita y se saboreó los labios. 

-Si no le gusta, se la tiro por la cabeza - sonrió 

Cuando iba de vuelta a su habitación observó que sus padres caminaban muy pegaditos hasta la de ellos. Fabiana pasó por su lado y le guiño un ojo. Cecilia le sonrió. Sin duda aquella hermosa mujer volvía a ser SU madre, aquella con la que no hacía falta abrir la boca para entenderse a la perfección.
A pesar del largo tiempo en que la había "perdido", aun recordaba aquellos gestos de ella y esa mirada inconfundible de amor incondicional.

Max aún permanecía en la misma posición. Su cuerpo semidesnudo y sucio, con trazas de sangre seca por donde pudiera ver. Aun así continuaba siendo un placer mirarlo.

Se acercó tímidamente, temiendo despertarlo y que la descubra  mirándolo pervertidamente con los labios apretados entre sus dientes.



Suavemente comenzó a pasar el paño suave y húmedo por su piel. Limpió su cuello, su mandíbula, su frente. Se detuvo unos segundos a observar sus labios. Le parecieron maravillosos. De pronto él volvió a estremecerse. No se había dado cuenta que su respiración estaba a pocos centímetros de su boca. Asustada y avergonzada se volvió hacia atrás y mojó nuevamente el paño para pasarlo esta vez por su torso, sus tetillas, su vientre.... Tragó saliva.

- ¿Y si mi mano se deslizara sin querer por aquí? - pensó divertida

Lo miró y vio que aún dormía con los ojos muy apretados.


Lentamente comenzó a acariciar esa zona. Sus dedos se deleitaron con la sensación de placer que le provocaba la caricia. Cerró los ojos y no se dio cuenta cuando Max abrió los ojos de repente y la vio.

lunes, septiembre 15, 2014

CIEGA OBSESIÓN / EN EDICIÓN, SÓLO EN WATTPAD

Esta historia la escribí hace mucho tiempo y ahora la estoy reeditando para subirla sólo en wattpad ya que por acá pretendo subir la segunda parte de "Tacones...".

A ver si les gusta y le dan una oportunidad a CIEGA OBSESIÓN. (si pinchas el enlace te llevará a la historia)

Gracias por leer y comentar.


Sam

miércoles, septiembre 03, 2014

LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON / CUENTO CORTO



"... Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos... Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido..." (P. Neruda)


Había una vez una mujer y un hombre. Hubo una vez una razón, un sentimiento profundo, una alegría, una pasión.

Veinte años después, ese hombre y aquella mujer ya no eran los mismo. El tiempo instaló distancias entre ellos que ni con el más profundo amor pudieron ser acortadas.

A veces no basta sólo con amor.

Pero un día en que todo parecía plano y sin emoción, lo vio. Eran otros ojos que la miraron fugazmente desde arriba. ¿Será que su vida volvía a tener color?
él no sabe que ella existe, ella sabe que es un sueño.

Saludará su boca con besos fugaces cada noche y cabalgará por aquellos lugares de los que todos hablan y en los cuales nunca ha estado. Y cuando la luz de la mañana la despierte y la aleje de aquellos brazos, se despedirá de él con un suspiro y un - te veo en mis sueños - Él le sonreirá con aquella sonrisa que le regala a otras y que la desarma.  Ella sabe que en su mente, él no faltará a la cita.

La realidad la golpeará tan fuerte que su cuerpo dolerá.

Nada cambia, todo se transforma y ellos simplemente ya no eran los mismos.  

Pero veinte años son difíciles de olvidar y los sueños son sólo eso. 

© Sam Mezylv 03092014

viernes, agosto 29, 2014

CADENAS



Cadenas carmesí
aprisionan esta carne
que encierran y alejan
el dulce fuego 
de una pasión escondida

Esclava del desamor,
lleno las distancias 
con sueños de sombras húmedas
y ojos prisioneros,
con manos conocidas de ayeres
imposibles que tiran
de mi piel herida.

Cadenas que esperan
el dulce calor de tu mirada,
que rompa el hechizo
que me dejó el roce de tu boca
en mi mente desvariada.

© Sam Mezylv 29082014

martes, agosto 26, 2014

TACONES DE OTOÑO / CAPÍTULO 15


- ¡Pero qué..! 

Eso no era lo que le habían dicho. ¿Dónde estaba?, ¿entre que gentes? Todo era oscuridad y abismo.
¿Dónde estaban sus padres? Le habían mentido y ahora... todo estaba perdido.

Su alma permanecía quieta, abandonada. Él mismo ya no quería seguir luchando. Lo había entregado todo, todo por liberarse de aquella condena que le perseguía desde su nacimiento. Ni siquiera aquella dulce voz que creía oír a lo lejos lo podría ahora levantar de aquel sopor. 

Su cuerpo estaba casi totalmente despoblado de carne pero no dolía, lo que ardía y lo mantenía casi sin poder controlar las lágrimas azules brotando desde sus trémulas mejillas, era la insoportable necesidad de creer que aquella voz que continuaba oyendo ya no volvería a estremecer todos sus sentidos nunca más. Jamás oyó decir su nombre salir de aquella boca. No volvería a tocarla ni a sentirla tan cerca de su cuerpo como hacía solo unos momentos atrás, cuando supo que había llegado su fin.

- ¡Max! ¡no vayas, no me dejes! ¡Vuelve por favor! ¡Te necesito!

Cada grito era una súplica que salía desde lo más profundo de su alma. Cecilia lloraba sin poder contenerse mientras Tomas la cubría con su cuerpo y con sus alas para que los demonios no la alcanzaran.

Gualberto no se pudo contener. Ni los gritos de Fabiana lograron dejarlo quieto. Él debía correr a salvar a su pequeña de esas horrorosas sombras que amenazaban con destruirla y que pululaban sobre su pequeño cuerpo sin piedad.

Las violentas ráfagas de viento no le permitían acercarse hasta ellos tan rápido como hubiera querido. A lo lejos escuchaba los gritos de Fabiana pero él sólo pensaba en que debía tenerlos a todos a salvo, no podía dejar que su hija ahora corriera los mismo peligros que su madre. 

De pronto se detuvo y miró hacia atrás. ¿Y si volvían por ella, por su esposa, aprovechando que él ya no estaba a su lado para detenerlos?

Su corazón no tenía respuestas. Miraba hacia ambos lados hasta que de pronto Cecilia ya no estuvo a su alcance. Había desaparecido junto con el extraño hombre que los había detenido.

El abismo se había transformado en un océano de aguas cálidas cuando la voz de ella volvía a desconcertarlo.

- ¿Será que.... podría ser....?
- ¡Max ayúdame por favor!
- ¿Cecilia?
- Hijo. Levántate. Ven por ella. Yo ya no puedo más

Era la voz de Tomás transformada en un susurro

Max, tragó saliba. ¿Sería que aún podría lograrlo? Ella lo necesitaba, su tío también. 

Tal vez si daba una brazada sobre esas aguas.... y luego otra. Ahora sólo debía probar a respirar por sus propios medios... abrir los ojos, abrir su mente... volver.

Sacó la cabeza del agua y ahí estaban ellos, sus padres. Una tenue luz los iluminaba mientras en su cabeza oía sus voces lejanas que le decían que volviera.

- Mamá 

Se detuvo y respiró profundo pero atragantado. Ella lo miraba con dulzura

- Escoge hijo. Nada está perdido aún.

Su padre le sonreía 

- Te amamos... Ve

Max giró su cuerpo y comenzó a nadar desesperado mientras sentía que tras de él una ola gigante lo atraparía en cualquier momento. Sombras espectrales acompañaban su huida; ni aun así se detuvo, la voz, su voz lo guiaba.

Tomas enfrentaba a los que lo habían arrojado hasta aquel infierno. Él los esperaba tranquilo. Sabía que le pisaban los talones desde que salió de su hogar.

Cecilia permanecía aferrada al cuerpo de aquel hombre confiando en que pronto llegarían a sacarla de esa horrible pesadilla.

Max logró llegar a la orilla desde donde podía divisar a su tío pero no veía a Cecilia por ningún lado. Corrió desesperado pero sintiendo una nueva fuerza dentro de él. Los demonios que lo perseguían habían quedado hacía rato muy atras aunque sabía que no dejarían que huyera.

- ¡Tío!
- ¡Max... al fin!

Mientras se iba acercando hasta ellos ambos luchaban contra las sombras que los atacaban sin cesar, desesperados, queriendo llegar hasta el cuerpo de Cecilia, quien estaba sentada sobre sus rodillas con la cabeza escondida entre sus brazos.

Pronto los alcanzaron quienes venían desde el averno del que había logrado escapar Max y la batalla se hacía muy difícil de continuar sin que perdieran definitivamente algo más que su alma.

De pronto, otro cuerpo se hizo visible el que los hizo distraerse por unos momentos.

- ¡NO! - gritó Tomás - ¡Emilia, NO!

Gritaba Tomás mientras corría tras ella al verla acercarse peligrosamente hacia la cueva donde estaban todas las almas perdidas.

Max se elevó muy alto y al bajar a una velocidad impresionante tomó el cuerpo hecho un ovillo de Cecilia y la llevó muy lejos de toda esa terrible pesadilla.

Mientras buscaba el portal por donde podría volver al mundo de los vivos, escuchaba los gritos de sus tíos. Los que toda su vida lo habían cobijado y le dieron tanto amor y cariño. No pudo evitar derramar más de sus mágicas lágrimas azules las que cayeron en forma de ceniza sobre la cabeza de Cecilia.

Ella, finalmente, se atrevió a alzar la mirada y lo vio. Su piel destrozada, sus bellos ojos colmados de un líquido ¿azul? y ella protegida entre sus fuertes brazos. Se aferró a su cuello y con el corazón desbocado,  deseó nunca volver a salir de ahí.

A pesar de haber salvado con vida de todo aquello, Max sabía que algo muy dentro de él había muerto junto a ellos.

Ya nada sería lo mismo a partir de ahora.


FIN PRIMERA PARTE....


© Sam Mezylv (26082014)

lunes, agosto 25, 2014

TACONES DE OTOÑO / CAPÍTULO 14



- ¡Max! - volvió a escuchar casi en un murmullo y de pronto ya todo era oscuridad y vacío.

Su cuerpo, otrora imponente, era arrastrado hacia el fondo de un abismo lúgubre en donde otros demonios y almas perdidas aguardaban saciar su sed de sangre pura con la irracional esperanza de volver a la vida. Así al menos les habían hecho creer ellos, cuando vendieron su alma por un poco de poder.

Tomas ya no tenía mucho tiempo, intuía que su sobrino tenía poco tiempo. Corría desesperado por entre las tumbas. Su vehículo había quedado atascado en el fango y no pudo sacarlo de ahí, por lo que no se demoró mucho en pensar hacer lo que restaba de camino a pie.

Gualberto apretaba sus puños con fuerza sobre el volante de su camioneta. Su corazón palpitaba a mil y en su cabeza no dejaban de transitar las imágenes que hacía tan solo unos momentos habían dejado a su mujer casi sin vida y que a él lo estaban volviendo loco. 

Fabiana intentaba comprender lo sucedido. No tenía las fuerzas necesarias para sostener a su pequeño en brazos pero desde donde se encontraba le hablaba bajito para intentar hacerlo reaccionar. Lo hacía en un tono de voz muy bajito y en una lengua que cuando Gualberto y Cecilia la pudieron escuchar, supieron que no era la propia.

De pronto, un cuerpo se cruzó en el camino con los brazos abiertos.

- ¡Por favor Vamos de vuelta! ¡Max nos necesita! - suplicaba Tomas subiendo en la parte de atrás con los ojos colmados de dolor y angustia.
- Pero... pero... ¡Quien es usted!. Bájese de inmediato. Mi hijo no está bien. Lo llevamos a la clínica. ¡Se nos muere! - exclamó Gualberto horrorizado ya a punto de colapsar.

Entonces Fabiana lo supo. Miró a su esposo con amor y puso una mano sobre la suya.

- Ivo estará bien. Debemos volver por el muchacho. Por favor. Confía en mi

En ese momento Cecilia no dejaba de quitar la vista de Tomas y de lo que hacía con su hermano. Sus manos brillaban de una forma antinatural mientras cubrían la cabeza del pequeño.

- Pa..pá.... ¡Papá!

Gualberto desvió la mirada hacia atrás y lo vio. Su pequeño volvía a reaccionar. Sus manitas jugueteaban con los dedos de su hermana y ¿sonreía?

- Por favor, se los suplico. Ya no tenemos tiempo. ¡Ya vienen!

Fabiana se sintió de repente con más fuerzas. Se acomodó sobre el asiento mientras no dejaba de tomar las manos de Gualberto entre las suyas.

- Mi vida por favor. Debemos volver.

Él volvió a mirar por el espejo retrovisor observando el rostro de sus hijos y luego se volvió al de su mujer. No entendía nada y no estaba seguro de querer saber nada.

- ¡RÁPIDO!... ¡YA ESTÁN MUY CERCA!
- Mierda - exclamó, poniendo marcha atrás y acomodando el vehículo para llevarlo de vuelta hacia aquella tumba.

Mientras se iban acercando, el corazón de Cecilia retumbaba en sus oídos y en todo su cuerpo. Una sensación de pánico y de profundo dolor se había instalado en el centro de su pecho.

La angustia que le había provocado la repentina fiebre de su hermano le había hecho olvidar al muchacho que la había tomado entre sus brazos y la había llevado volando hasta los pies de aquel frondoso árbol.

- Max, susurró con los ojos entrecerrados y a punto de desbordarse.
- Tu me ayudarás pequeña. Él oirá tu voz 

Tomas le tomaba las manos y la miraba con dulzura. Cecilia saltó sobre su asiento al sentir el contacto de aquellas manos frías pero no tuvo miedo.

De pronto el cielo volvía a encapotarse nuevamente. Las nubes parecían algo siniestro y el frío y el viento estremecían fuertemente las copas de los árboles.

Gualberto estacionó dando un fuerte frenazo y Tomas salió corriendo hacia fuera de la camioneta llevando consigo a Cecilia.

Al ver a su hija fuera de su alcance, Gualberto quiso ir por ella pero Fabiana lo retuvo.

-Déjala. Ella sabe. Ella lo logrará - le dijo con un tono de voz más audible - Quédate conmigo, por favor, no me sueltes.

Él la miraba atónito. Su cabeza giró hacia atrás, donde Ivo no dejaba de moverse relajado en su sillita. Luego volteó la mirada hacia afuera y su corazón se detuvo.

© Sam Mezylv

viernes, agosto 08, 2014

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 13




Cecilia se abrazaba contra el cuerpo inerte del pequeño Ivo. Algo andaba mal. El niño no respondía a sus caricias, a sus llamados, a sus besos en la frente y en las mejillas. Su cuerpo ardía.

- Ivo... chiquito... despierta... vamos... qué pasa?

Pero el niño no reaccionaba. 

Al ver que la lluvia y el viento habían cesado, decidió levantarse de su refugio bajo aquel frondoso pino y correr de vuelta hacia la camioneta. Debía encontrar a sus padres pronto. Su corazón latía con fuerza.

********************************************

Tomas había logrado salir de casa sin preocupar a su mujer. La dejó dormida. Besó su frente y se despidió. Ella no abrió los ojos hasta sentir que había salido de la habitación. Las lágrimas brotaban silenciosas por su rostro pálido. Mordió sus labios y ya pronto no aguantó más el dolor en el centro de su alma. Hundió la cara en la almohada y ahogó un grito que sabía no le ayudaría a hacer que su amor regresara. Max lo necesitaba y era un tema que ya habían conversado millones de veces. Emilia sabía lo que ahora debía hacer. Secó sus lágrimas e hizo algunas llamadas.

- Es ahora... Si.. Están solos. 

*****************************************

El cielo a sus espaldas ya pasaba de rojo a un color violáceo muy profundo. Max sabía que era su propio miedo el que lo hacía ver aquella realidad con esos colores. Respiró profundo. Cerró los puños con fuerza, dejando libre el alma de Fabiana; la que había comenzado a tomar peso y volumen nuevamente y luchaba por volver a ser parte de su vehículo que la ayudaba a transitar por la misma dimensión que su amado Gualberto.

Los demonios corrieron hasta ella cuando vieron que comenzaba a recuperarse. Él no era su principal objetivo. Tenían órdenes claras de entidades muy poderosas, que eran capaces de habitar ambas dimensiones, de no dejarla volver escapar o ellos terminarían en el lugar más infame de todos los infiernos conocidos, el Tártaro.

Max se puso delante de ellos no permitiéndoles el paso y así pudieran volver a alcanzar el alma herida de Fabiana.
Se cruzó de brazos frente a ellos, bajó la mirada para luego levantarla con seguridad y valor, los traspasó con sus pupilas verde musgo mientras que el cielo se tornaba de colores anaranjados.

En ese pequeño infierno Max no podía hacer mucho. Sus poderes eran muy limitados. Sobre todo estando en las cercanías de un cementerio.

Las fuerzas oscuras que ahí habitaban, muchas veces no ayudaban a la causa de los ángeles custodios y mucho menos a los custodiados.

Los demonios le habían dado alcance. Su hedor se le había impregnado en sus narices y creía sentirlo por todo su cuerpo. Se sentía asqueado y mareado.

Uno de ellos, quien solía apoderarse del cuerpo de Fabiana, se acercaba de manera tan rápida y fugaz hacia él que apenas se daba cuenta cuando éste lo tenía agarrado de la cabeza, mordiéndole con violencia para luego lamerle las heridas y marcas que le dejaba en su blanca piel. Max se defendía dando golpes en el aire. Ese era su territorio y lo conocían muy bien. Max sabía que no podría aguantar mucho más.

Aquellas almas perdidas estaban de muy mal humor. Ya habían notado que el alma que necesitaban robar la habían vuelto a perder y era por causa de aquel ángel entrometido. Sus pequeños ojos estaban rojos de rabia y desde sus bocas caía la sangre que habían logrado sacarle a su víctima.

- Si no la podemos tener a ella, te tendremos a ti para jugar un rato.

Susurró uno de ellos mientras lo tenía bajo su cuerpo rozando con sus colmillos las partes de su cuerpo que aun le quedaban algo de piel sana.

Max, había dejado de luchar hacía un rato. Decidió pensar en sus padres. El trato era que pronto los volvería a ver. Ya no le importaba lo que sucediera con su cuerpo, ni el dolor que pudiera estar sintiendo. Ellos estarían bien. Cecilia estaría bien. Ya ahí nadie lo necesitaba.
Cerró los ojos y tragó saliba.

- ¡Max!

Creyó escuchar su nombre a lo lejos. Quiso abrir los ojos que ya le pesaban demasiado por lo hinchados que los tenía y no pudo. Decidió volver a cerrarlos.

*****************************************************

Cecilia encontró a sus padres abrazados cerca de la camioneta. Corrió hacia ellos con el pequeño entre sus brazos.

- Mamá! Papá! Ivo no está bien. Tiene mucha fiebre!. No despierta!... Tengo miedo!

Gualberto por fin reaccionó al ver a su hija correr desesperada hacia ellos. Recordó haberla dejado bajo aquel árbol junto al bebé y tembló.
Fabiana en ese mismo momento parecía volver a sus sentidos.

- Papá, por favor llevémoslo al médico. No reacciona
- Dios mío! Tiene muchísima fiebre!
- Mis niños? Cecilia? Ivo?... Qué... Qué
- Calma mi vida. Debes estar agotada. Vamos.

Gualberto no la quiso angustiar. Trató de mantener la calma a pesar de que tuvo mucho miedo por la casi nula reacción del niño a los estímulos que le daba para que recobrara la conciencia.

- Vamos! suban a la camioneta. Cecilia, quítale un poco de ropa y luego lo recuestas en el asiento, no lo cubras. Fabiana, mi vida. Ven, apóyate en mí.


sábado, agosto 02, 2014

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 12



Max, lo supo de inmediato. Fabiana estaba perdiendo definitivamente su alma. Debía correr, apresurarse. Ya no quedaba tiempo.

Gualberto ya se encontraba muy cerca de ella. Su cuerpo estaba tumbado a un costado de la camioneta. Sus pies comenzaban a ponerse azules como sus bellos labios. 

-¡Fabiana!

La tomó entre sus brazos y la presionó contra su pecho.

- Aquí estoy mi vida. No te dejaré de nuevo. Por favor vuelve.

Susurró contra su cuello mientras unas frías lágrimas se derramaban por sus mejillas hasta llegar a su boca. Cerró los ojos y recordó el dolor que sentía cada vez que la sabía tan cerca de él y no podía mirarla ni hablarle. Él sólo deseaba tenerla nuevamente entre sus brazos, escuchar su dulce voz y besar esos labios que lo enloquecían. Pero su indiferencia era para protegerla. Él sabía que si volvía a acercarsele, Amparito y sus amigas no dejarían de hacerle daño y él no podría estar a su lado para defenderla.

La veía tan indefensa, tan pequeña y adorable que sufría con solo imaginar que la dañaban con esas burlas tan hirientes.

Amparito se había encargado de hacerle creer que nada había tenido que ver con la pequeña broma que le habían hecho y que ella se encargaría de protegerla si él se lo pedía, pero no debía dejarla, porque de hacerlo no se haría responsable de lo que pudiera sucederle a Fabiana.

Gualberto no pudo con eso y debió ceder. Sus padres y la familia de Amparito tampoco se lo hicieron más fácil. Ellos siempre insistiendo que debían unirse para que sus familias sean aun más poderosas.

Su cabeza y su corazón eran un torbellino de ideas y sentimientos que no lograba separar entre rabia, odio, deseo, decepción y amor.

Este último fue el que lo rescató de todo aquel infierno cuando otra foto de Fabiana llegó hasta sus manos. Una que Amparito había hecho llegar hasta sus manos para hacerle ver que ella tenía otro hombre con quien ya lo había olvidado.

Amparito se daba cuenta que él no la deseaba, que no la buscaba, ni siquiera la llamaba. Ella estaba loca por él y el día del matrimonio se acercaba.
Pensó que con el tiempo a su favor aquella juvenil atracción habría quedado en el pasado. Además, con el amor propio de Fabiana por el suelo, no sería difícil conseguir toda la atención y el amor de Gualberto.

Pero aquellas fotografías no hicieron más que volver a encender una llama que jamás se apagó. La rabia y los celos lo llevaron hasta la puerta de su casa y la encaró sin previo aviso.

- Quien es él... ¿así que tan pronto te olvidaste de mi?... Por qué... ¿quien te crees que eres? Yo... yo 

Gualberto la miraba embobado. Hacía tanto tiempo que no lograba poder acercarse a ella que no se había dado cuenta que ahora la tenía tomada de los brazos y a muy pocos centímetros de su boca, pidiéndole explicaciones por algo que sabía ni siquiera tenía derecho a hacer.

- Yo ... te amo

El roce de sus labios la habían vuelto a sacudir como aquella primera vez. Sus manos alrededor de su cintura, su cuerpo tan pegado al de ella que podía sentir traspasar el calor de su piel y adherirse al suyo, el mismo calor que ahora comenzaban a devolverle el alma al cuerpo, su alma.

- ¡Los zapatos! - gritó Max - sus pies continúan azules.
- Fabiana por favor vuelve a mi. ¡Te necesito!
- ¡Ayúdame! No debemos perder mas tiempo
- ¡Vete!, no se quien eres. Fabiana me necesita ahora. No la dejaré de nuevo.

Max se acercó hacia ellos ensombreciendo aun mas el lugar en donde se encontraban tirados. Su cuerpo y sus alas cubrían cualquier halo de luz que pudiera existir en aquel lugar.

- Cecilia e Ivo también los necesitan. A lo dos. ¡Levántate! ¡Ahora!

Gualberto lo hizo casi como si fuera una orden imposible de no acatar. 

- ¿Dónde están los zapatos rojos que le entregué?
- No se de qué zapatos me hablas. Cómo me voy a preocupar ahora de eso. Dime, mírala, ¡la estoy perdiendo!

Max no le hizo caso y lo empujó hasta la camioneta

- Ayúdame a buscarlos... ¡rápido!

Gualberto comenzó a buscar en la parte de atrás del vehículo, mientras Max tomaba los pies de Fabiana con una de sus manos mientras con la otra cubría la superficie central de su cabeza. Cerró los ojos y respíró profundo. Inesperadamente la lluvia comenzó a cesar.

- ¡Aquí están!. ¿Estos son?

Max abrió los ojos que ya no eran verdes si no grises. Su mirada parecía confundida. No dijo nada. Sus manos comenzaron a temblar, como si estuviera luchando contra un gran imán que le impidiera mantenerlas sobre el cuerpo de Fabiana.

En su cielo todo ahora era rojo y ahí estaba. Por fin podía verlos de frente. Los culpables de que sus padres murieran en aquel accidente. Ellos, en cambio, lo miraban extrañados. Llevaban tanto tiempo en aquel limbo infernal, que no entendían qué hacía entre ellos aquel ángel. ¿Es que al fin venían por ellos? o es que ¿era al que debían arrastrar hasta su infierno para volverlos más poderosos y así conquistar más almas perdidas y desesperadas?

Max no pudo evitar temblar al verlos. Sabía que aquel día llegaría. Se había estado preparando para ello toda su vida pero ahora no podía entender por qué sentía tanto frío... y miedo.

Gualberto palideció, miró los tacones rojos y poseído por un impulso irreconocible corrió a colocarlos sobre los pies de su mujer. Los acarició con ternura, cerró los ojos y de pronto todo fue silencio.

Max miró hacia su cielo. Sabía que el embrujo había sido intervenido, ahora quedaba lo más peligroso. Serían ellos o él.

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 11



La lluvia había comenzado a hacer estragos en sus sentidos. Max se sentía cansado. La veía luchar con fiereza. La quería alcanzar, pero sentía que sus fuerzas le abandonaban con cada paso que daba.

El cielo se volvía a iluminar de repente y un rayo se precipitó muy cerca de donde se libraba la batalla.

A Fabiana también le estaban abandonando las fuerzas. El recuerdo de la voz de sus esposo y el llanto de su pequeño hijo la mantenían aún de pie frente a aquella oscura figura que una y otra vez la golpeaba y azotaba su frágil espíritu con los recuerdos de su infancia y juventud.

Aquella mañana de invierno sus ropas habían desaparecido de su vestidor, luego de ducharse después de las clases de gimnasia. Salió de las duchas envuelta solo con una pequeña toalla y esperó. Tenía sólo 14 años, sus padres se la pasaban viajando. Nunca estaban en casa, por lo que sabía que debía esperar a que su "nana" la fuera a buscar. No era la primera vez que sus compañeras le hacían una broma como aquella.

Mara sabía que si Fabiana se tardaba en llegar, algo le había sucedido y debía llevarle, entre otras cosas, una muda de ropa para cambiarse.

Cuando Mara llegó, la esperó pacientemente fuera de los vestidores mientras ella se vestía, sólo que en esta ocasión además de haberle quitado las ropas se las habían ingeniado para tomarle fotografías a su pequeño pero desarrollado cuerpo desnudo, las que luego hicieron correr por todo el colegio.

Jamás olvidaría la risa burlona de Amparito cuando la apuntó con el dedo en frente de Gualberto aquella tarde en que él le daba su primer beso.

- ¿Pero es que no reconoces a una zorra cuando la ves? ¿No sabes lo que dicen de ella? Mira... mira a tu zorrita. ¡No puedes intentar creer que esa es mejor que yo!... ¿Y tu?... creías que él podría fijarte en una poquita cosa como tú. Por favor ¡mírate!

- ¡Ya cállate. Vámonos!

Gualberto miraba aquellas fotos con angustia y con dolor. Se levantó del banco de aquella plaza sin siquiera preguntarle nada... y se había ido junto a ella dejándola vacía y sola, con el sabor de sus labios aun quemando en su boca y en su lengua. Con la piel ardiente y las huellas de sus manos tatuadas a fuego sobre su piel para siempre.

Esa fue la última vez que lo había visto. Luego tendrían que haber pasado 3 años sin atreverse a cruzarse nuevamente por su camino, durante los cuales continuó siendo la burla de sus compañeras pero además debía enfrentar el hecho de saber que ella y él se habían comprometido para casarse una vez que Gualberto egresara de la universidad.

Fabiana volvía a sentir aquella angustia y soledad. Miró a su alrededor y no lo vio.

- Ríndete. Ya no puedes luchar más. Estás sola. Tu vida es mía. ¡Él es mio!
- ¡Nunca! - gritó Fabiana con un hilo de voz mientras veía como su cuerpo comenzaba a vestirse con otras almas.

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 10

 ¡Vete, vete de aquí! Ya no te temo. No volverás a dañarnos. ¡Vete... Vete!
Fabiana estaba descontrolada. Se mecía hacia adelante y hacia atrás abrazando a Ivo mientras susurraba incoherencias.
-No me los volverás a quitar. Esta vez no podrás arrebatármelos. Es mi familia. Son mi vida. ¡No los abandonaré!
Sus pupilas estaban dilatadas y su mirada parecía perdida en algún punto fuera de la camioneta.
De pronto,  su cuerpo se alejó de golpe del pequeño Ivo. Fue cuando Gualberto aprovechó para soltarlo de su sillita y llevarlo consigo hacia el asiento delantero protegiéndolo entre sus brazos.Su corazón corría de prisa. Su razón no quería dar crédito a lo que estaba viendo y escuchando. 
- Tu no has ganado nada ¡estúpida! Sigo siendo yo la dueña de tu vida. La perdiste el día que decidiste ser débil. Ahora ya es demasiado tarde. Estás en mis terrenos. Sólo una de nosotras saldrá de aquí. Y no serás tu....
-Ya basta!.Fabiana. Por favor.
Gualberto oía diferentes voces salir de la garganta de su mujer. Una era suave y parecía ser la que él tanto amaba, pero la otra era como si una víbora sisara las palabras que salían de su boca.
Hacía rato que intentaba que lo oyera. Le gritaba que él estaba ahí, que volviera en si, pero ella no le oía. Su alma ya no estaba. Había comenzado a diluirse junto a la lluvia y el viento que azotaban el espacio que los envolvía.
- ¡Hey!, espérame - gritó Cecilia al ver pasar corriendo como un rayo a Max junto a su lado rumbo a la camioneta.
Él la había visto. Mientras observaba la espalda de Cecilia pudo darse cuenta de que aquella extraña luz luchaba por volver a su cuerpo mientras que una oscura y densa masa se lo impedía. No lo dudó y corrió en su ayuda. Había llegado el momento. Ya no debería importarle asustarla a ella con el despliegue de sus fabulosas alas. Estaba ahí para protegerles y no para enamorarse. De ella ni de nadie. Sería mejor así. Rápido. Pronto. De esa forma todo acabaría y él podría regresar con sus padres y olvidarse de todo... de ella... de amar.
Max abrió la puerta del conductor y sacó de ahí a Gualberto e Ivo tomándolos entre sus brazos para luego elevarse con ellos y llevarlos hacia un lugar lejano. Cecilia se quedó mirándolo con los ojos y la boca muy abiertos. Por algunos momentos creyó sentir que su corazón dejaba de latir y que lluvia que caía fuerte sobre su cuerpo ya no la rosaba, ni siquiera la mojaba.
Pocos minutos después era ella a la que Maximiliano tomaba entre sus brazos y elevaba desde el suelo para llevarla junto a su padre y hermano.
Luego de dejarla junto a su padre, no se quiso detener a pensar en lo rápido que latía su corazón después de haberla tenido tan pegada a su cuerpo. Elevó nuevamente su imponente cuerpo y voló hacia donde estaba Fabiana luchando por recuperar su cuerpo y su vida.
- Fabiana... debo ir por ella. Por favor. Déjame ir por ella. No la puedo dejar ahora que la he vuelto a recuperar. 
Gualberto parecía estar en estado de shock. Comenzó a correr luego de dejar a Ivo con Cecilia.
- Cuida de tu hermano ¿si?. No olvides que te amamos pequeña.
- Papá....
- Shhh. Debo ir por tu madre. No entiendo nada de lo que está ocurriendo hija. Pero se que ella nos ama y que ahora debo estar junto a ella. Me necesita.
Cecilia corrió a refugiarse bajo el árbol en que Max los había dejado. Miró a su hermano, quien dormía apaciblemente, lejano a todo lo que estaba sucediendo. Decidió acurrucarse junto a él y no pensar. Cerró los ojos y se estremeció al recordar los brazos de aquel muchacho con alas que tan fuerte y calidamente la habían sostenido y apegado a su cuerpo hacía tan sólo unos instantes.  Lloró por sus padres. Tuvo miedo. ¿Y si no volvían? Se quedaría definitivamente sola.

viernes, julio 25, 2014

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 9


Nunca supo cómo él había podido sobrevivir de aquel fatídico accidente.  Recordó que el vehículo en el que viajaban había quedado casi irreconocible. 

Sus ojos se abrieron lentamente una vez que habían pasado ya 8 días después de que sus padres habían muerto. 

Durante todo ese tiempo sus tíos no se alejaron ni un minuto de su lado. Querían ser ellos los que les dirían la terrible noticia.

Cuando Max decidió despertar los miró algo confundido.

- ¿Ustedes cuidarme ahora?

Ambos se miraron y le sonrieron. 

- Así es pequeño. Estarás junto a nosotros de ahora en adelante. ¿Te gusta la idea?
- Ellos... no volver.... ¿cierto? 
- No hijo. Ellos no volverán

Esa fue la primera vez que sus tíos vieron sus lágrimas azules correr por sus sonrosadas mejillas. Y, por cierto, también esas pequeñas alas que comenzaban a desplegarse tímidamente sobre su espalda.

- Tu no asustarte tía Emy.. por favor.

Max sintió el pánico de aquellos adultos en su mirada y en su cuerpo. Tembló. Ahora no lo querrían y lo dejarían sólo. Sintió frío.

- Ven acá bribonzuelo. Nosotros somos tu hogar ahora ok? y ya sabes que no debes hacer eso cuando hay gente que no conocemos a nuestro alrededor.

Su tío Tomas lo abrazó fuerte y le besó la cabeza. Él lo supo en ese instante. Era hijo de su hermana y nieto de su abuela. Era de los suyos. Venía en una misión y debía protegerlo con su vida si era necesario. Miró a su esposa y pensó que luego le explicaría.

Tom lo había evitado toda su vida. Era el principal motivo por el cual no había querido tener hijos. Sabía que en su caso serían un préstamo que, dado el momento, no estaría dispuesto a devolver sin luchar contra todas las fuerzas del universo si fuera necesario para evitar que se lo arrebataran.

No había servido de nada huir de aquel profundo temor, destino y responsabilidad. Aquel muchacho lo necesitaba y él no lo abandonaría.

**************************************************************

Max cerró los ojos. La lluvia caía sin piedad sobre su cuerpo. Sus largas y tupidas pestañas evitaban un poco que las gotas golpearan con fuerza su rostro. Estaba de cuclillas frente a la tumba de sus padres. Los recuerdos de aquella tarde lo golpeaban con fuerza.

El cementerio  estaba ubicado bastante alejado de la ciudad. Pocos visitantes se daban el tiempo de llegar hasta ahí. Sobre todo a esas alturas de la ya casi noche.

- ¿Será que en otra vida podré elegir... como todos? - murmuró, lanzando una piedrecilla hacia cualquier parte sonriendo triste.

Respiró profundo y creyó volver a sentir el olor a sus galletas favoritas. Descartó la idea de inmediato. Sabía que siempre cuando llovía todos sus sentidos se volvían más lentos.

Él cursaba un par de años menos que Cecilia ya que debido a sus constante rebeldías había sido expulsado de todas las escuelas que existían. Sus tíos estaba pagando un dineral para poder mantenerlo en la que ahora estaba y él se mantenía quieto sólo para no dejar de verla.

Desde que la observó sonriendo mientras leía un libro, su corazón se volvió como un loco. Sus manos comenzaron a sudar y su mirada no volvió a separarse de ella nunca más. 

La buscaba en los recreos, a la salida de clases, en la biblioteca. Su olfato era su mejor aliado para saber ubicarla enseguida. 

Ella era a quien debía proteger y de ella se había enamorado. Eso no estaba dentro de los planes de "ellos" como tampoco de él, pero ya nada podía hacer. La amaba sin siquiera haber cruzado una palabra. Sólo una breve mirada una vez, un roce de sus manos que casi hizo que sus alas reaccionaran por su propia voluntad y por lo cual tuvo que dejarla y salir corriendo para no asustarla. 

******************************************************************

La camioneta negra se acercó lentamente hasta el mausoleo de la familia Nior de Ainitak y como si de una película de terror se tratara, un fuerte fogonazo iluminó el cielo dejando ver la sombra de Max sentado al pie de la tumba. 

Ivo gritó y se deshizo en llanto por el miedo que el ruido y la luz le ocasionaron, mientras que Cecilia no podía dejar de observarlo. Se sentía atraída hacia él como por un imán. Sus pies no parecían obedecerla. Simplemente se acercaban sigilosos hasta él y su razón quería saber si de verdad era él. El chico que vivía dentro de sus sueños.

Fabiana intentaba tranquilizar al pequeño mientras que Gualberto estacionaba mejor la camioneta y llamaba a Cecilia para que volviera a subir.

- Esto ha sido una locura Fabiana. Debemos regresar. La tormenta se pondrá peor. Mira ese cielo. No recuerdo haberlo visto así desde hace muchísimo tiempo. 

Gualberto no la miraba. Hablaba intentando no perder de vista a Cecilia quien a ratos parecía perderse entre las sombras de la noche. De pronto, al ver que su mujer no le respondía y que Ivo ya no lloraba, los observó por el espejo retrovisor y tembló.

******************************************************************

- ¿Quíen eres? - preguntó Cecilia tragando saliba

Max se levantó de un brinco quitandose el agua que corría por su rostro. La miró y supo que sus sentidos no se habían equivocado. Era su olor el que había percibido hacía pocos instantes.

Cecilia se armó de un valor que no conocía en ella y se acercó un poco más. Debía verlo más de cerca. Debía comprobar si aquellos ojos eran los del chico que le quitaba el aire cada vez que sus miradas se encontraban.
Max movió un pie hacia atrás trastabillando y cayendo sobre la piedra fría y mojada. Cecilia corrió a ayudarlo.

-¿Estás bien?... disculpa... no quise asustarte.... me llamo... Cecilia

Estaba muy cerca, tanto que podía ver unas pequeñas pecas en su nariz y un pequeñísimo lunar que decoraba su labio superior.

Max estaba sentado sobre la losa, sujetaba su cuerpo con sus brazos, mientras Cecilia intentaba apoyarlo por la espalda para que no cayera. Las palabras se quedaban atoradas en su garganta. 

- ¡Es tan hermosa! - pensaba y se repetía sin poder dejar de mirar hacia sus ojos, su boca... ese lunar.

- Vamos.. te ayudo a pararte. Está resbaloso. Ven, pon tu brazo sobre mi hombro.

Max, hacía lo que ella le decía como en estado de shock. La estaba... ¿abrazando?

Él puso su brazo sobre los hombros de ella, mientras Cecilia lo abrazaba por la cintura. Apoyó uno de sus pies en la losa dándose impulso para levantarse. Cecilia lo observó admirada. Era tan alto. Se sentía una liliputiense a su lado.

- ¿Estás bien? ¿No te torciste?
- Es.... estoy bien

Al fin había podido articular palabra. Se sentía como un estúpido parado ahí frente a ella, actuando como idiota. Ella aun lo mantenía abrazado, como él a ella. Cuando se dieron cuenta, se deshicieron del abrazo desconcertados y esta vez un fuerte trueno retumbó en los cielos.

Cecilia pegó un pequeño grito y Max instintivamente la volvió a abrazar. Esta vez con más fuerza. 

- Hey. No pasa nada.
- Mi hermanito. Mi mamá. Deben estar preocupados... ya vuelvo.

Cecilia se escapó de su abrazó y corrió apresurada. Su cuerpo entero palpitaba. ¿Qué le estaba sucediendo? 

-¡ Espera!... Es peligroso. Está muy oscuro - le gritó Max dándole alcance.

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