viernes, octubre 18, 2013

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 28.



-¡A donde crees tu que vas!- Gritó desde su habitación Fabrizzio al ver pasar corriendo a Emma
-Voy a ver que pasa – Respondió ella
-¡Déjalos!. La mujer está cumpliendo con su parte del trato – dijo Fabrizzio, levantándose de la cama y acercándose hacia Emma lentamente.

-¿Qué te sucedió ahí? –Preguntó él, apuntando al moretón que llevaba en el rostro.

Emma no dijo nada, dio vuelta la cara y retrocedió cuando el intentó tocarla.

A Fabrizzio lo exitó aquel rechazo. La mujer no estaba nada mal y además hacía tiempo que no se pegaba un buen polvo.

Con una mano apretó fuertemente sus mandíbulas adoloridas y la hizo entrar en aquella habitación.

-A mi nadie me rechaza oíste ¡sudaca maloliente!. Si estás aquí es por que te gusta… Te gusto ¿cierto?.. ¡Dime que te gusto perra! – le gritaba, mientras la obligaba a ponerse de rodillas.
-No te resistas, guarra. Ahí tienes… todo eso para ti solita. – se reía, mientras sacaba su cinturón y bajaba el cierre de la cremallera de su pantalón.

-¡Ahora! ¡Haz lo que sabes hacer puta de mierda!.. Asi… Asi.. – Fabrizzio metió su miembro lánguido dentro de la boca de Emma. Ella cerró los ojos y lloró. Por primera vez en mucho tiempo lloraba. Tenía asco, tenía rabia. Solo quería salir huyendo pronto de ahí y olvidar aquella pesadilla.

A Fabrizzio su sexo ya no le otorgaba placer. Con tanta droga que se había metido en el cuerpo los orgasmos para él eran cosa de un pasado muy remoto. Ahora sentía placer haciendo sufrir, viendo llorar y lamentarse. Se había convertido en un sádico sin compasión.

Mientras Emma intentaba revivir aquel pene lacio para que todo terminara pronto. Aída continuaba intentando convencer a Max de que dejara de gritar.

-Por favor Max – suplicó ella – Debes creerme. Consuelo está bien, aunque ellos te harán creer lo contrario. Está a salvo en casa de amigos
-¿Amigos? – Respondió Max al fin bajando la voz,  pensando en que ese amigo era Alejandro y sintió que le hervía la sangre.

-Si. Ahora debemos ponernos de acuerdo para huir. La casa está rodeada. Están a la espera del momento adecuado para sacarnos de aquí
-¿Pero como lo harán? – preguntó él, sin quitarle la vista de encima. Reparando que llevaba una blusa muy sensual, blanca, algo ajustada a su figura, la que hacía lucir unos hermosos y morenos pechos que invitaban al placer. Mientras la oía no pudo evitar morderse los labios de las ganas que tuvo de besarlos y lamerlos con pasión.

-Ellos creen que soy inofensiva y que haré que me des unas claves. Luego de que las corroboren en su portátil nosotros tendremos pocos segundos para escapar.

Voy a soltarte las amarras de tus muñecas de tal forma que crean que aun las mantienes atadas. Una vez que estemos fuera de esta habitación ellos sabrán cuando actuar.
-¿Quienes son ellos? – preguntó Max, mientras Aída, aun temblorosa por la cercanía del cuerpo de aquel hombre y de aquella mirada provocadora que no dejaba de perturbarla, desataba las amarras que lo mantenían atado de manos.
-No debes temer. Son “los chicos buenos”. Ellos nos sacarán de aquí

Efectivamente, Alejandro y Mike estaban escuchando toda aquella conversación. Aida pronto les comenzaría a decir como estaba conformada la casa por dentro para que al momento de ingresar sepan por donde ir.

Max se resintió una vez que se vió por fin libre. En sus muñecas se podía ver la fuerza con que las habían atado ya que un profundo zurco enrojecido hacía ver la carne viva que las heridas le habían provocado.

Aida sintió compasión y quiso aplacar su dolor. Miró a su alrededor y vió que había una puerta que daba a un pequeño lavabo. Buscó el pañuelo con el que le vendaron los ojos y lo empapó de agua. Luego lo colocó suavemente sobre las heridas de Max. El intentaba no llamar la atención y reprimió los gritos de dolor que esto le había provocado.

Luego, Aida volvió por más agua y esta vez enjugó las heridas de su rostro. Sus cuerpo estaban muy próximos uno del otro. Podían sentir el calor que ambos comenzaban a emanar. Ella intentaba no mirarlo directamente, él no podía dejar de hacerlo.

-Esta mujer me ha embrujado – pensaba, mientras olía sus cabellos – mmm.. su aroma… ¿Qué es esto que me hace sentir?

Cuando Aida se volvía a levantar para ir por más agua Max la siguió de cerca y cuando ella se volteó su cuerpo no aguantó más aquella loca y repentina pasión que aquella mujer le había provocado en todo su ser. Tomó sus manos y las posó sobre sus mejillas. La atrapó entre su cuerpo y la pared y la golpeó con un beso que los hizo levantarse del suelo como elevados por un torbellino. Una fuerte energía mágica unió sus cuerpos en un abrazo que no hizo otra cosa que confirmar que ellos dos compartían el mismo sentimiento.

Max no podía ni quería dejar de aferrarla contra su pecho dolorido. Aída sentía que aquello no podía estar sucediendo. – ¿Qué es esto?. ¿Por qué no huyo?, ¿por qué se lo permito?, ¡Este calor! –

Ella estaba casi sin respiración. No lograba entender lo que su cuerpo le gritaba desde que entró en aquella lúgubre habitación y se vió reflejada en sus ojos.

Afuera, Mike y Alejandro estaban inquietos. Había demasiado silencio. No sabían que pasaba y eso los hacía ponerse nerviosos.

-¡Aida por favor!. Dinos que va todo bien  - Exclamaba Mike, apegado a los audífonos
-Será mejor que actuemos con rapidez Mike. Esto no me está gustando  - dijo Alejandro, mirando por la ventana de la casa que habían ocupado para vigilar a los mafiosos y poder capturarlos.

Emma tenía la mandíbula acalambrada de tanto intentar hacer que Fabrizzio se corriera y la dejara en paz. Cosa que nunca sucedió. Ante la ofuscación que esto le provocó se volvió contra ella y la empezó a patear en el suelo una y otra vez. – ¡No sirves para nada hija de puta! – le decía con rabia ensañandose con su pequeño cuerpo.

Osman llegó a ver que pasaba e intervino.
-Señor – ya está todo listo. Veamos si la mujer logró su objetivo

Fabrizzio jadeaba y se retorcía de felicidad al ver el cuerpo y rostro de Emma todo ensangrentado tirado en el suelo como un estropajo sucio.

-Si.. vamos.. Aquí ya terminé – dijo el jefe, dirigiéndose hasta donde estaban Aída y Max.

El corazón de Aida tuvo un leve presentimiento y alejó repentinamente su cuerpo del de Max sin decir nada. Aun desconcertada por todo lo sucedido.

-¡Son ellos! – dijo bajito cerca del oido de él. – Ya sabes que hacer

Ahora Max confiaba plenamente en aquella mujer. Sin duda no lo traicionaría ni el a ella.

Max puso sus manos tras su espalda atandolas levemente con la misma cuerda con la que llegó. Aida se puso en frente de él dandole la espalda a la puerta.

Ambos corazones desbordaban adrenalina.

Osman y Fabrizzio entraron bruscamente viéndolos sentados uno frente al otro mirando hacia el suelo.

-¿Y que tal mi querido chilenito?. ¿Nos dirás lo que queremos saber ahora? – dijo Fabrizzio acercándose hacia Max, mientras Osman se mantenía de pie tras la figura de Aida sin decir nada.

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08/11/2010

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 27.



-¡Véndenle los ojos! – ordenó Fabrizzio enérgico – Muy de confianza será de la duquesa pero no por eso nos vamos a seguir arriesgando – dijo.

Aída estaba realmente asustada. No sabía cuales eran los planes de aquel maléfico hombre.

Ella sabía que Osman estaba metido en todo este lío. Qué explicación daría si la llegara a reconocer. ¡Además, estaba Emma!. Ella sin duda la reconocería de inmediato.

Dentro de la casa rondaba una tensa calma. Osman había ordenado que dejaran a Max en otra habitación – El jefe nos dirá qué haremos con él – pensó

Emma observaba toda la acción desde un rincón cerca de la ventana que daba a la calle.

La casa estaba ubicada en un lugar poblado. Era un típico barrio pobre de cualquier ciudad cosmopolita.

Debido al frío y la lluvia de la noche recién pasada, no se veía mucha gente en las calles, lo que le daba cierto aire de pueblo fantasma.

El olor a tierra húmeda se coló por las narices de Aida. Con seguridad se encontraba lejos de la ciudad. El silencio hacía que todos sus sentidos se encontraran en alerta. Aun no perdía la esperanza de que el duque y sus hombres la sacaran de ahí. ¡Debía volver a ver a su hija!. No podía dejarse abatir ahora. – pensaba ella, cuando la iban bajando de la camioneta para hacerla entrar en aquella casa.

En el interior, Osman ordenaba que se mantuvieran en alerta – el sabía que los podrían haber seguido hasta ahí.
Emma había decidido abandonar su sitio e ir en busca de un lugar donde refrescarse y darle alivio al golpe que aun permanecía en su cara.

- ¡Donde está el hombre! – gritó Fabrizzio al entrar
- Allá adentro – apuntó Osman al cuarto del fondo de la casa
-¡Llévenla ahí dentro! – ordenó el mafioso

Hasta ese momento Osman no se había percatado de la presencia de Aida. La mujer llevaba los ojos vendados con un gran paño negro, por lo que no quedaba mucho de su rostro al descubierto como para poder reconocerla. Además, estaba mucho más delgada de cuando la vio  por última vez.

-¿Y quien es esta? – preguntó Osman mientras la observaba de reojo
-Es la mujer de confianza de la duquesa. Ella nos sacará de este embrollo – dijo Fabrizio con la mirada perdida mientras observaba por la ventana hacia la calle mojada.

Sentía que algo no estaba del todo bien. -Algo dentro de “la foto” no cuadraba – se decía, pero no podía lograr entender que era.

Emma, apareció al poco rato. Fabrizzio la miró con desdén. La gran ayuda que ella había traído para su organización no había funcionado y su buque se estaba yendo a pique.

-¿.. y cual es el plan? – Preguntó Osman, rompiendo el silencio que se había suscitado con la llegada de Emma a la sala donde se hallaban.

-La duquesa nos envió a esa mujer para decirnos quien era el traidor
-Alejandro, jefe – Interrumpió Osman
-¡Ya lo se idiota! ¡Y se también que lo dejaron escapar junto a esa chica!
-Perdón jefe. Eran ellos o nosotros. No podíamos continuar buscándolos. Nos tenían acorralados
-¡Ojalá se los hayan comido los perros salvajes! – dijo Fabrizzio, apuntando con la mirada a Emma, quien lo miró con indiferencia.

-Haremos que la negra le haga creer a ese infeliz que es la mejor amiga de la tal Consuelo. Que está ahí por que ella se lo ha pedido ya que la logramos capturar y le dirá que la hemos torturado hasta casi matarla. Por lo que ella, para salvarle la vida a su querida amiga, se ofreció para ayudarla; que si no nos da la información que necesitamos las mataremos a las dos. Una vez que tengamos el dato… a nadie le importará que suceda con ellos.

-¡Pero como conseguirá eso! – Exclamó Osman
-Ya lo planeamos con ella cuando veníamos de camino hacia acá
- Y como sabe que cumplirá el plan
-Money..negrito. Todos tienen su precio. – Dijo Fabrizzio, palmoteando la espalda de Osman -  La mujer es solo la simple asistente de la duquesa. Asi que, cuando le dije que le pagaría muy bien por su colaboración aceptó encantada.

-¡Supongo que aun tenemos red en esta pocilga! – preguntó el hombre
-Si jefe y el portátil está encima de aquella mesa – respondió Osman apuntando hacia el comedor que estaba próximo a la sala en donde se encontraban.
-¡Ok! – respiró cansado – Ahora voy a descansar un rato, mientras me dejan instalada la sesión para hacer la transferencia en cuanto tengamos las claves. Por el momento voy a refrescarme un rato. Tenemos tiempo. Esos hijos de puta no saben donde estamos.

Fabrizzio sintió que se podría estar equivocando en su aseveración pero prefirió no prestarle atención a su corazonada. - Esta vez todo saldría bien – se dijo, mientras se acomodaba en la habitación que estaba preparada para su llegada.

Aida logró sacarse la venda de los ojos rápidamente una vez que la dejaron a solas con Max. Su experiencia en la cárcel le ayudó a tener la práctica suficiente como para saber hacerlo, además que no estaba muy bien atada tampoco, para que el plan del lider de la organización diera resultado.

La habitación estaba oscura. Era húmeda y sucia. Apenas un rayo de luz iluminaba el rostro de Max.
Al verlo tan mal herido sintió pena por él y quiso acercársele.
-¡Quien eres tu! – gritó él lleno de pánico pensando que ya venían a matarlo.

Aida le hizo un gesto con su dedo índice en la boca para hacerlo callar.

-Soy amiga de Consuelo- le dijo bajito acercándose lentamente hacia él – he venido a ayudarte
-¿Consuelo?, ¿como está ella? – preguntó Max desesperado, sin atender a las peticiones de Aída de que hiciera silencio
-Si no te quedas quieto no podré ayudarte – dijo Aída, mirándolo fijamente, clavando sus oscuros ojos en los de Max.

Ambos corazones se sobresaltaron. Sintieron que se conocían de antes, de algún lugar. Pero no sabían de donde.

Aída quedó por un instante paralizada. Nunca había sentido aquel calor en una simple mirada. Su vientre se estremeció, su boca se llenó de agua y su cuerpo comenzó a temblar levemente.

A Max le sucedió algo similar. -Esos ojos - se decía – ¿Dónde he visto aquellos ojos divinos?. ¿Qué tienen que me hipnotizan?, ¡No puedo dejar de mirarla por Dios!

Max pensó que estaba drogado. Que Emma le había dado algo para confundirlo y así entregar las famosas claves.

-¡Eres una bruja!- gritó Max - ¡Què me dieron!.. ¡No diré nada!.. ¡Prefiero morir!

Los gritos se oyeron desde afuera y, a una dura mirada de Osmán,  Emma fue a ver que sucedía.


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08/11/2010

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 26.


La lluvia caía sin piedad sobre la cabaña.

El fuerte viento se dejaba sentir por sobre sus cabezas.

Estando ahí abajo no se podía saber si el día ya había llegado  o aun todo permanecía en penumbras.

Consuelo corría, corría desnuda por oscuros pasadizos. Algo o alguien la perseguía pero no lograba saber qué o quien era. Temía detenerse a averiguarlo. Sólo sabía que debía alcanzar aquella luz al final del corredor. Ahí se sentiría a salvo.

De repente, el sonido del mar; luego, el agua salada que subía por sus pies descalzos hasta llegar a su cintura. Su cuerpo se estremeció.

Ahí estaba ella, sola, de pie frente a una gran ola que amenazaba con cubrirla por completo, por inundarla con su marea, con su espuma blanca, con su sal.

A sus espaldas estaba aquel, ese del cual huía. Lo vio salir de aquella cueva y acercarse a grandes pasos hacia ella. La llamaba - Consuelo, Consuelo - Pero ella prefirió la muerte bajo las olas y se entregó al torbellino de las aguas.

Tras bruscos remezones, sentía que su cuerpo se azotaba contras las rocas y ya no podía seguir manteniendo la respiración.

Desde el fondo del mar continuaba escuchando el eco de esa voz tan cercana y tan temible a la vez.

Consuelo ya no siguía luchando; las olas la arrastraban mar adentro ya había dejado de respirar. No quería volver a aquellos brazos que ella tanto amaba. Ahora su calor dolía. No volvería a reflejarse en aquellos ojos dulces, esta vez su mirada sangraba. Era la sangre de Rony la que fluía por sus ojos. Sus manos estaban manchadas.

-¡Consuelo, Consuelo por favor, respira! – desesperado clamaba Alejandro, quien tenía entre sus brazos el cuerpo casi sin vida de Consuelo.

Recordó sus lecciones de primeros auxilios que había recibido hacía años antes. Cuando aun era un adolescente intentando dejar atrás las drogas y el alcohol.

El alma de Alejandro se iba en cada intento de traspasar al cuerpo de Consuelo un aliento de vida, de su propia vida.

-¡No! – Un grito de desesperación logró escaparse de la boca de Consuelo cuando logró nuevamente volver a respirar.
-¡No!, suéltame, por favor, no me hagas más daño – lloraba Consuelo, luchando por conseguir deshacerse de aquellos brazos que le quemaban la piel.
-¡Consuelo, mírame, soy yo, Alejandro! – gritó él, intentando calmarla sin éxito.
-¡No me mates, por favor, no me mates! – Gritaba ella desesperada
-¡Cariño! No. Por favor reacciona. ¡Tenías una pesadilla! – dijo Alejandro abrazándola a pesar de la fuerza que ella ponía para alejarlo de ella.

Consuelo se miró. Estaba vestida. Al menos llevaba una blusa puesta y reconoció sus pantalones que seguían en su lugar. Ya no estaba desnuda.
-¿Dónde está el mar? – preguntó mirando todo a su alrededor
-Mi vida, estamos en un sótano 

Consuelo intentaba poner en orden sus ideas. Recordar qué había sucedido.

Afuera la lluvia comenzaba a declinar y el leve sonido de los pajarillos que cantaban llegó hasta sus oídos. La luz del día estaba pronto a llegar.

Mientras Consuelo permanecía dormida, Alejandro había tomado su móvil dando avisó a Mike de su localización para que fueran por ellos antes que la mafia descubriera que nunca se habían ido del lugar.

Consuelo continuaba agazapada en un rincón. Había logrado recordar todo. La sangre, las balas, las duras palabras de Emma, la mirada avergonzada de Max, las asquerosas manos de Rony sobre su cuerpo,

Sólo quería volver a dormir y desear que nada de aquello hubiera sucedido realmente.

Su llanto ya no era histérico. Entendió que no sacaba nada con llorar y gritar y pelear contra el destino. Estaba ahí, a merced de aquel hombre al cual ahora ya no reconocía.

Alejandro se acercó hacia ella lentamente, muerto de susto. Se horrorizaba al pensar que Consuelo lo podría estar odiando.

Tímidamente secó las lágrimas con sus dedos. Consuelo agachó la mirada. Alejandro enredó sus manos entre los cabellos desordenados de ella acariciando su cabeza e intentando hacer que levantara sus ojos y lo mirara.

-Consuelo, mi vida, soy yo. Sigo siendo yo. Alejandro. ¡Jamás te haría daño!

Pero Consuelo no lo miraba.

-¡No me toques! – le gritó ella, esquivando sus caricias y mirándolo como él más temía que lo hiciera. Llena de odio, dolor y rencor.

Millones de estocadas se clavaron sobre su pecho ante aquella mirada y no le quedó otra que replegarse a su silla y hablarle desde ahí. Sin poder volver a mirarla.

-En unos instantes vendrán por nosotros. De nada sirve que te explique como se han venido sucediendo las cosas. Sólo te pido que por tu bien confíes en mí y me dejes sacarte de aquí.

-¿Confiar en ti?, ¿después de lo que he visto?, ¿después de lo que me has hecho?. ¡Maldita sea Alejandro!.. Yo te amaba. ¡¡abía aprendido a amarte, así tal cual eres! Te lo quería gritar mil veces pero no me atrevía hacerlo.

Alejandro se paralizó. Consuelo le había dicho que ¿lo amaba?. ¿Habría entendido mal? Tragó saliva y continuó escuchando. Su corazón quería confirmar lo que sus que su cabeza había entendido.

-¿Como no amarte? Si lo venía haciendo desde siempre. ¡Pero tú con tu alocado estilo de vida y luego... tu partida hicieron que me llenara de dudas, de confusiones y de tontas inseguridades!

Alejandro no cabía en si de tanta felicidad. Siempre soñó con aquel momento. ¡Cuantas veces deseó escuchar de su boca que lo amaba tanto como el a ella!
Se levantó de su silla para acercársele y abrazarla pero ella lo rechazó nuevamente con fiereza.

-¿Cómo puedo confiar en ti ahora? ¡Dime!. ¿Cómo volver a amarte? ¡Vi como matabas a un hombre ante mis ojos! Me secuestras para no se ¡que estupido plan de mafiosos drogadictos infelices de mierda!

Consuelo se quedó sin respiración y calló nuevamente sobre su cuerpo llorando desconsoladamente.

-¡Yo no te he secuestrado! ¡Por favor escúchame!

El ruido de las aspas de un helicóptero llegó a interrumpirlo todo.

-¡Ahora no es el mejor momento pequeña mía! - dijo y se apresuró en tomarla en sus brazos para subir juntos aquella pequeña escalinata que los llevaría a un lugar seguro.

A Consuelo ya no le quedaban fuerzas para luchar contra su abrazo y su cuerpo desnudo. Llorando, se aferró a él con todas sus fuerzas derramando lágrimas sobre aquella piel que le había pertenecido desde siempre.



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02/11/2010

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 25.




Alejandro había logrado detener la hemorragia. La bala había rozado el hombro de Consuelo profundamente pero no había alcanzado a provocarle mayor daño en su cuerpo.

El dolor y la angustia que le había provocado a Consuelo toda aquella situación, hicieron que colapsara y no quisiera salir del sueño profundo en el que había caído luego de todo lo sucedido.

Alejandro se percató de que las balas habían dejado de inundar el espacio con su estridente ruido. Sintió el rugir del motor y de los neumáticos que abrazaban la tierra húmeda para huir a toda velocidad hacia quien sabe donde.

Sintió los pasos de los agentes dentro de la cabaña una vez que todo había terminado pero no quiso salir de su escondite. Quería quedarse ahí, junto a ella, cuidándola, protegiéndola, como no lo había podido hacer hasta aquel momento.

Ya pronto volvería a la civilización. Sabía que Mike estaba bien y que manejaría la situación de la mejor manera. Por ahora, sólo quería observar la paz que reflejaba el rostro de ella al dormir.

Se quedó así, mirándola durante todo el resto de la noche. No quería perder detalle de su ser.

Tal vez a la mañana ella ya no querría verlo nunca más ni hablarle.

Tal vez en unas pocas horas más, ella lo miraría con odio e indiferencia.

Tendría razón de hacerlo – se decía- porque no había sabido protegerla y la había expuesto a toda aquella inmunda situación.

Alejandro cubrió su cuerpo con una manta. El frío viento y la lluvia que amenzaba desde temprano, llegaron a presentarse en aquel solitario lugar. En su interior, la tormenta ya había comenzado.

Cerró los ojos unos segundos y se vió junto a ella, abrazados. Cubría su cuerpo con el de él y ella lo miraba como siempre lo había hecho.

El ruido de un trueno lo sacó de su ensoñación. Estaba ahí, congelado, a su lado, recostado sobre una silla incómoda. Esa era la realidad. No quería ilusionarse con la idea de volver a tenerla entre sus brazos, de volver a besar esa boca. Todo habría sido un sueño que pronto quedaría en el pasado.



A la hora señalada Aída entraba por el hall del hotel. Su exótica belleza no pasó desapercibida.  Tenía miedo, sí. Pero se lo debía a Miguel, el alcaide y a su pequeña hija Sara. Debía terminar lo que había comenzado.

Un hombre alto y de buena apariencia se acercó hasta ella cuando se acomodó en la silla de aquel bar. Aída tembló.

-Acompáñeme por favor – dijo mostrándole el camino hacia el exterior.

Los hombres de Hernán estaban apostados dentro y fuera del lugar escondidos entre la gente intentando no levantar sospechas.

El tipo alto la invitó a subir a un Audi negro último modelo. Dentro, para su sorpresa, se encontró de frente con un hombre relativamente joven, de tez muy blanca, ojos celestes y de mirada atemorizante. Se trataba del capo mafioso Fabrizzio Palerzzo. Un hombre muy peligroso y que ahora lo era aun más ya que se sabía acorralado, situación que lo llevaría a cometer errores fatales para su organización y su vida.

-Seamos breves- Le dijo abruptamente – ¡Quienes son los malditos espías!

Aída creyó haberse quedado sin aire por unos segundos. En el rato que duró el viaje en helicóptero la habían entrenado para saber lo que tenía que decir, pero en aquel momento su mente se había quedado en blanco.

-¡Vamos mujer, que llevo prisa! – le gritó – Que te ha dicho la puta esa de la duquesa Habla ya

-Jefe, es urgente. Debemos regresar – dijo el hombre que iba junto al chofer
-¡Que pasa ahora! – Exclamó Fabrizzio notoriamente irritado

-Jefe.. Nos descubrieron. Perdimos a la chica y a varios hombres. Osman quiere hablar directamente con usted.

A Aída se le puso la carne de gallina cuando escuchó el nombre de la persona que tanto daño le había hecho.

-Descubrieron quienes eran los infiltrados
-Si señor – respondido el hombre
-¡Habla! – gritó Fabrizzio
-Alejandro, señor
-¡Maldito hijo de la gran puta! – El mafioso estaba fuera de si. Tenía su arma en la mano y comenzó a darle golpes al asiento del auto con ella y a maldecir a todo el mundo.
-¡Tú y tu maldita duquesa!, Por qué no nos lo informaron antes. Y Rony, qué pasó con él – exclamó Fabrizzio
-Murió jefe
-Alejandro Donde lo tienen
-….
-¡Que donde lo tienen! –exclamó el mafioso apuntando con el arma a su empleado
-Escapó.

Su cara estaba desencajada, su cuerpo tenso y su mirada perdida.

Aída no tuvo que decir nada. Llevaba consigo un micrófono por donde el duque y la policía habían escuchado todo. Además, los iban siguiendo a una prudente distancia desde que salieron del hotel.

Hernán suspiró tranquilo, su hijo estaba a salvo. Ahora debían rescatar a Aída.

-Jefe.  Nos encontraremos con Osman en la casa de seguridad. Estaremos ahí en 20 minutos
-¿Qué haremos con ella?  - preguntó el hombre alto dirigiendo la mirada hacia Aída.

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29/10/2010

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 24.


Alejandro no podía perder tiempo llorando y lamentándose. Debía actuar, pensar rápido.

El ruido de las balas y los gritos que salían de la boca de Max al ver el cuerpo ensangrentado de Consuelo no le permitían concentrarse.

 - Esta cabaña es un refugio – pensaba, mientras que con su camisa intentaba detener la sangre que brotaba del cuerpo de Consuelo.
-Si es un refugio de mafiosos…. Debe tener algún escondite. Debe tener alguna puerta secreta que nos logre sacar de aquí. – se decía, a la vez que miraba desesperado a su alrededor buscando respuesta a sus preguntas.

Cuando la balacera era más intensa y todos trataban de salvar sus vidas, tomó el cuerpo de su amada y lo arrastró hacia la cocina que estaba a un costado de la puerta que daba al bosque donde había intentado ocultarse Consuelo hacía unos instantes atrás.

Necesitaba aclarar la mente y sintió que oculto tras el mesón que dividía el comedor con la cocina estaría un poco más seguro. Aquella madera se veía firme y lograría esquivar las balas que, con seguridad, eran de los agentes a los cuales, por medio de su GPS instalado en su teléfono móvil, había dado aviso de su ubicación exacta.

Cuando al fin se había dado cuenta que la herida de Consuelo no era tan grave como lo había imaginado a raiz de la gran cantidad de sangre que emanaba de ella, una bala vino a golpear un botellón lleno de un liquido verde que permanecía sobre aquel mesón empujándolo hasta azotarse y romperse en mil pedazos contra el suelo.

Alejandro intentó protegerse y proteger a Consuelo con sus brazos y su cuerpo. Se agachó hasta apretarse contra el piso. En ese instante se dio cuenta que aquel extraño liquido verde se escurría misteriosamente por entre las rendijas de la madera no volviendo hacia la superficie ni rebasándose, como sería lo lógico.

De inmediato comenzó a mover el pesado mesón hacia atrás aplicando todas sus fuerzas, hasta que lo que había imaginado estaba ante sus ojos.

Una pequeña escotilla adosada a la madera de aquel piso lo llevaría hasta un sótano justo por debajo de la cabaña.

Antes que Osman y Emma se dieran cuenta de que no estaban, Alejandro bajaba por aquellas escalinatas cargando con el cuerpo de Consuelo sobre sus hombros desnudos, cerrando la escotilla tras de si, escapando de una muerte segura.

Tanta razón tenía Alejandro de que aquella cabaña había sido edificada para la protección de los hombres de la mafia, que no fue tan grande su sorpresa al ver que había prácticamente un mini hospital de campaña levantado en aquel pequeño y oscuro espacio.

Buscó hasta encontrar lo que presintió podría ayudar a detener la hemorragia  de Consuelo.

Mientras, sobre sus cabezas, el infierno ya se había desatado.


Hernán permanecía quieto observando a la mujer que tenía frente a sus ojos. Ya no la reconocía. En verdad nunca se había dado el tiempo de saber quien y como era. Su tristeza era tan profunda cuando se casó con ella que todo le daba lo mismo.

-Señora, necesitamos urgente que nos diga donde y a qué hora se encuentra con sus cómplices – dijo seriamente Rosario – La persona con la que hablé dijo que pasaría por Aida en un momento.
-Ya oíste mujer. Habla – Ordenó Hernán
-No tengo nada que decir. Me debes lo de ese hijo que dices tener
-Yo no te debo nada oíste- le dijo, tomándola por un brazo fuertemente

-Hernán – lo detuvo Aída. El fugaz recuerdo de la violencia que vivió junto a Osman la hizo gritarle para que se detuviera.

El duque la soltó malhumorado – Habla, de todas formas ya estás en serios problemas. La policía vendrá por ti en cualquier momento y si yo no puedo hacer que confieses con seguridad ellos sabrán como hacerlo –

La duquesa entendió que ya todo estaba perdido. Nunca habría querido estar en aquella situación. Ya estaba cansada de esconderse y de vivir siempre asustada. Al filo de la muerte.

-Me pasan a buscar en el Hotel Wellington en… - la duquesa miró el reloj de la pared – tienen menos de 45 minutos para estar allá.

Hernán y las chicas se miraron aterrados. Se encontraban muy lejos del centro de Madrid. No alcanzarían a llegar en el tiempo que indicó la duquesa.

Hernán tomó el teléfono mientras Aida y Rosario se preparaban para ir con el donde les dijera.

-¡Vamos! – dijo – el helicóptero está listo. Mi piloto sabrá donde dejarnos.
-Qué hacemos con ella – preguntó Rosario

El duque llamó a uno de sus empleados ordenándole que mantuviera detenida a la duquesa en aquella habitación que ella había diseñado mientras llegaba la policía a buscarla.

-¡Hernán! No puedes hacerme esto. Soy tu mujer

El duque salió rápidamente de la mansión sin mirar hacia atrás, intentando no escuchar los gritos de su esposa.

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29/10/2010

APRENDIENDO A AMARTE Capítulo 23.




-Será mejor que vaya por el duque - dijo Rosario – Creo que encontramos al soplón

Aida continuaba sosteniéndola por el cuello, a la vez que atrapaba sus manos en la espalda.

La duquesa, al reincorporarse, no lograba entender aun lo que le había sucedido. -¿Qué había salido mal?-

Hacía años que ella había mandado a habilitar aquella habitación con el pretexto de hacerla un gran walking-closet pero oculto tras sus puertas se encontraba aquel espacio donde normalmente se comunicaba con los que prácticamente se habían convertido en los dueños de su vida.

Ella, al morir su padre, se enteró que éste se había visto en la obligación de entregarle toda su fortuna a la organización en la que ahora se encontraba involucrada.

El hombre se había llenado de deudas de juego y gustaba de andar con bellas mujeres. La principal deuda la contrajo con ellos, con la mafia.

Fue entonces que la duquesa tuvo que continuar con el lamentable legado que le había dejado su padre. Sin el apoyo de ellos estaba en la calle, situación que no podía soportar. - La vergüenza y el escarnio social serían peor de lo que significaría soportar a esta manga de delincuentes -  Pensó y se introdujo en ella sin pensarlo dos veces. Por nada del mundo dejaría de lado los lujos y la buena vida a la que estaba acostumbrada desde siempre.

Cuando Hernán entró en aquella habitación se sintió devastado. La mujer en la que había confiado gran parte de su vida yacía ahí, atrapada en los brazos de Aida con la mirada perdida.

-¿Qué has hecho mujer?– dijo al fin el duque emocionado
-Nada que tú o alguien en mi situación no habría hecho también – le respondió ella con soberbia.

El duque sabía, al desposarla, que su situación no era de las mejores pero “tenía” que darle un cauce a su vida. Debía olvidar el pasado y recomenzar. Ella sería una buena esposa y compañera, le dijeron sus padres y amigos, por lo que simplemente bajó los brazos y aceptó su triste destino. Casarse con una mujer amando a otra, quien estaba a miles de kilómetros de él y que no pertenecía a su misma clase social. No tenía apellido ni linaje y eso, en aquellos días, como ahora, era tremendamente importante para mantener la sangre “limpia”.


Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar la visión de cuando tuvo que marcharse del lado de ella dejándola con su hijo en los brazos. Fue cobarde al abandonarla, eso lo sabía pero en cuanto sus padres murieron fue por ella y por su hijo. No sabía como los encontraría, no sabía qué le diría, sólo ansiaba volver a verla y recibir su perdón.

Al llegar a este frío país la encontró viviendo junto a otro hombre quien se había encargado de ella y de su hijo. La vio feliz aunque en su mirada siempre había algo de melancolía.

Al ver a su muchacho no pudo evitar emocionarse y lo abrazó fuertemente. Ambos decidieron no decirle nada. De ahí en adelante se convirtió en “su tio”. Un buen amigo de su madre y nada más, quien se ocuparía de Alejandro una vez que el hombre que ayudó a criarlo muriera de una fatal enfermedad.

-         ¡Mi hijo!... ¡La vida de mi único hijo está en peligro por tu causa! – dijo el duque, acercándose a su esposa con furia.
-         ¿Tu hijo?... ¿De qué hijo me hablas? – Respondió sorprendida la duquesa

Rosario y Aida también se mostraron extrañadas. Aquí había más misterios aun por resolver y descubrir.






Osman aprovechó que la noche ya comenzaba a caer sobre aquel bosque. Ocultó su gran cuerpo moreno tras la camioneta y comenzó a arrastrarse lenta y silenciosamente hasta ella.

En el interior de la cabaña, Emma era ayudada por los hombres a llevar el pesado cuerpo de Max hasta la puerta de atrás.

Ahí también había agentes esperando la señal para ingresar disparando. Por el momento todo estaba en tensa calma.

- Mike, qué hacemos No podemos seguir esperando. ¡Ya oscureció! – dijo el jefe de la operación.

Mike quería ver a su amigo antes de entrar disparando en la cabaña. Pero no lograba verlo por ninguna parte. Recordó que le había prometido al duque que le llevaría a su hijo sano y salvo. Temía no poder cumplirle esta vez.

De repente, sin que nadie se diera cuenta, Osman ya estaba arriba de la camioneta. Le dio contacto, acelerando a fondo, rodeando la cabaña en pocos segundos.

Los fogonazos de las balas comenzaron de inmediato su ensordecedora travesía.
Los agentes apenas habían alcanzado a reaccionar cuando divisaron entre la penumbra que unos 4 hombres más una mujer huían del lugar con alguien herido. No pudieron hacer nada.
La camioneta volaba como si se los llevara el diablo. Varios policías subieron a sus motos para lograr darles alcance. Intentaban disparar a los neumáticos pero Osman era un avezado conductor.

Finalmente habían logrado escapar. Ahora debían mantener la calma y reunirse con su jefe. No podían perder más tiempo. Los tenían acorralados.

-¡Ese maldito hijo de puta de Alejandro!.. ¡Dónde se metió! – Gritaba como un loco Osman mientras conducía.
-¿Te das cuenta que nos traicionó? – Cizañaba Emma – ¡Te lo dije! – le gritó, mientras miraba por el espejuelo si ya no los seguían.

Osman no aguantó la rabia que le producía el hecho que lo hubieran engañado y sintió la imperiosa necesidad de desquitarse con alguien.

Soltó su mano derecha del volante y le dio un feroz golpe en la cara a Emma dejándola casi inconciente.

Ahora se sentía mejor.

Max observaba la escena sonriente

-“El carbonero es el que primero muere en el choque de trenes” – dijo, burlándose de ella, aunque por dentro estaba devastado. Consuelo había muerto. La había visto caer en los brazos de Alejandro. Cerró los ojos pues no quería ver como su amada se desangraba ante su mirada y el no podía hacer absolutamente nada.

Sentía tanta vergüenza de si mismo que ya no le importaba morir. Ahora solo le quedaba su pequeño hijo.  - No se atreverían a tocarlo.. a él no -


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28/10/2010

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