jueves, julio 03, 2014

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 1


- Mamá, ¿no crees que esa falda está un poquito corta?
- ¡De qué hablas!
- Mamá por favor no vayas a ir a la reunión de mi curso vestida así... Hazlo por mi. Mis compañeras ya ....
- No digas tonteras. Lo dicen porque te envidian. Ninguna de esos vejestorios se ve como yo. ¡Mírame!
- Mamá por favor. No me sigas avergonzando
Cecilia susurró aquellas palabras con la idea que tan sólo ella pudiera oírlas, pero el sonoro golpe que recibió en su mejilla le hizo ver y sentir todo lo contrario.
Fabiana, ultimamente, tenía problemas para controlar la ira. Sus ojos, otrora dulces como el color de la miel, ahora constantemente parecían estar enrojecidos y turbios por la cantidad de gotas que ponía sobre ellos. El leve susurro de su hija la enloqueció por unos momentos. ¡Cómo podía esa niñita ser tan egoísta e irracional!. ¿Es que acaso no se daba cuenta que ella era una mujer aún joven y hermosa?
Los pensamientos de Fabiana se iban reflejando frente a un gran espejo que había enviado a hacer especialmente para su habitación. Éste cubría todo un muro en donde ella podía estar observándose durante horas sin cansarse.
 - Lárgate de aquí. No quiero ver tu fea cara. ¡Y no te atrevas a llorar! Yo debiese ser la ofendida con los estúpidos comentarios de tu padre y ahora los tuyos. Menos mal que Ivo aun no habla, sino también son capaces de ponerlo en mi contra.
Cecilia abandonó la habitación con su mano pegada a su mejilla y una tibia humedad a punto de desbordarse por sus ojos.
 - Maldita perra... Te odio... te odio - hipó la joven
La niña no podía contener el llanto. Entró corriendo a su habitación para luego encerrarse dentro del armario. Ese era su refugio ultimamente. Desde ahí podía huir de esa realidad que la mordía y lastimaba tanto desde hacía casi dos años.
Cecilia no recordaba el momento exacto en que su madre se había vuelto una completa desconocida. Tal vez siempre había sido así y ahora que ella pronto cumpliría sus 17 estaba por sospechar que Fabiana parecía mantener algún tipo de extraña competencia con ella. Si bien siempre le había parecido una mujer algo triste; ella siempre se encargaba de tener un gesto cariñoso hacia ella y su padre. Pero ahora, no la conocía y lo peor.. la odiaba.
A pesar de sus casi 42 años y dos hijos que aun dependía de ella, Fabiana más se parecía a una molesta hermana mayor que a una verdadera madre. A veces también lograba ser la bruja de los cuentos que alguna vez le contó cuando aún era un bebé.
 - ¡Ya me voy! Dile a tu padre que no se a qué hora regrese
 Cecilia no respondió. Se había quedado dormida acurrucada dentro del armario
 - ¡Cecilia! Me voy. Cuida a tu hermano. Está sólo en su habitación. No ha tomado su leche aún.
Gritaba ella, mientras intentaba eliminar esa molesta marca en la comisura de sus labios que la hacía parecer... no sabía como, pero no le gustaba. Ya haría algo con eso.
Pero la joven no respondía.
- ¡Bah!
Dijo luego de volver a retocar su maquillaje, sin prestar demasiado interés en volver a ver a su pequeño ni en saber por qué su hija no le respondía. Fabiana salió del apartamento dando taconazos y un fuerte golpe a la puerta tras de si, el que afortunadamente logró sacar de su sopor a Cecilia.
 - ¿Mamá?... ¿Papá?...
Luego de darse cuenta que estaba sola en la casa corrió a ver a su pequeño hermano quien la observó curioso tendiéndole sus bracitos para que lo cogiera entre los de ella.
 - ¿Leche? - preguntó el pequeño
- Sí, ya se. A ella se le olvidó nuevamente ¿cierto?. No te preocupes. Espérame que vuelvo con tu leche
Cecilia refregó sus ojos sintiéndose aun somnolienta. ¿Habría ido a la reunión vestida de esa forma tan vergonzosa?, se preguntó, intentando sacar de su mente la imagen de su madre casi desnuda caminando por las calles del barrio y de las gentes murmurando a su paso.

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