miércoles, julio 09, 2014

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 4


Cecilia la dejó seguir durmiendo. Se veía en paz. Pronto llegó Estela y supo de inmediato que su patrona había tenido otra noche de fiesta y que su esposo, nuevamente, no había llegado a dormir a casa.
- Ivo no se mojó en toda la noche... Tal vez ya vaya siendo hora de quitarle los pañales - sonrió Cecilia
- Vete tranquila que yo me encargo. Esas cosas no debieran ser tu responsabilidad. Tu debes preocuparte sólo de tus estudios
Dijo casi gritando Estela con toda la intención de que Fabiana la escuchara. Ella no le gustaba nada.
- Es mi hermanito Estela, no te pases. Ya me voy - dijo, cerrando la puerta despacio para no despertar a nadie.
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Gualberto ya iba saliendo cuando Amparito logró despertarse. Nada de lo que ella hubiese querido sucedió esa noche y ya iba siendo algo cotidiano en él. Sentía que sólo la buscaba como un lugar donde refugiarse. Un cuarto de hotel con "cover" pero del cual no hacía uso y ella añoraba pronto sus besos y caricias.
- ¿Ya te vas?
- Sí. Hoy tengo muchas reuniones. Debo viajar por el día a Viña del Mar y no se a qué hora regrese.
Él ya casi salía de la habitación cuando ella corrió hasta él,  lo tomó de un brazo y lo acercó hasta su boca. Lo besó con violencia, mordiendo un poco su labio inferior. Le quitó la chaqueta para luego arrinconarlo contra la puerta. Iba desabrochando los botones de la camisa cuando él la detuvo. La tomó de las muñecas y la alejó de su cuerpo.
Lo miró con los ojos llenos y recién se daba cuenta que en ningún momento había conseguido que él respondiera a aquel beso. Ni una sola caricia, nada.
Cuando ella se alejó, él la contempló inmóvil. Volvió a abotonar la camisa y a colocarse la chaqueta; tomó el pomo de la puerta y salió murmurando sin mirarla:
- Lo siento. No debí haber venido. Creo que no volveré a hacerlo. Adiós.
Amparito de pronto sintió que algo bajo sus pies se transformaba en hielo y la congelaba y la tragaba hasta al fondo de un precipicio sin fin. De pronto, un nudo en su estómago.
- ¡Vió el álbum!... Las fotos... ¡Oh no por Dios!
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Cecilia sabía lo que le esperaba aquella mañana en el colegio. Las de siempre estarían ahí esperando por ella para recordarle que era contra las reglas establecidas en algún lugar del inframundo adolescente, tener una madre como la de ella y que por lo tanto debía pagar por ello con su almuerzo, con su dinero, con su dignidad, con su amor propio, con algo. No podía simplemente pasar desapercibida. No con una madre como la suya... Ella lo sabía desde hacía tiempo.
- Oye si que eres una mala hija Cecilia. ¿Como no le recordaste a tu mamá que debía vestirse para venir a la reunión de ayer? - rieron como hienas
- Mi mamá me contó que llegó del brazo de un tipo como de nuestra edad
- ¡Sí! y que hasta lo besó enfrente de todos y que luego le coqueteó al profe Mauri
- Es una desvergonzada... Pobre Cecilia, con ese ejemplo de madre, ¡no se qué futuro te espera niña!
- ¡Y sus notas!
Sólo en ese momento Cecilia recién volteó a verlas. Había logrado pasar la prueba sin rasguños. Ya tantas otras veces la habían lastimado de esa y otras formas más odiosas aun, que ya nada más podría hacerle  daño. Pero ahora sus calificaciones estarían en boca de todos... 
¿Será que incluso... él podría saberlo? De tan sólo pensarlo se le subieron los colores al rostro y titubeó.
Las compañeras la miraron riéndose sin piedad.
- Ah ¿que no sabías que estabas tan mal?
- Si... que parece que tendrás que salir del colegio junto a tu hermanito
Volvieron a reír mientras ella, que llevaba las mano dentro de los bolsillos del pantalón, se refregaba las manos contra sus piernas sintiendo que ya comenzaban a arder e incluso era posible que ya algún hilillo de sangre corriera por ellas.
- Hey, ¡ahí viene Javier y los demas!
Cecilia sintió que se desmayaría, quiso huir, pero cuando intentó voltear para salir de ahí las chicas la encerraron dentro de un círculo desde donde no le permitían salir.
- Oye qué les pasa con esa niña - dijo Javier
- Nada, es que.... ¡está de cumpleaños! y.... nos pidió que tú fueras su regalo... esta tarde, después de clases. ¿Qué dices?
Javier se la quedó mirando incrédulo pero risueño, mientras los demás se divertían intentando adivinar quien era la persona que se lograba ver entremedio de las piernas de las muchachas que la rodeaban.
- ¡Nadia! - Gritaron las demás. Nunca habían llegado tan lejos con sus bromas pesadas
- ¡Déjenme salir! - Al fin pudo esgrimir un leve grito Cecilia con los ojos empapados en llanto - ¡Dejenme en paz!
- Buuu qué pena ¿es que ya no quieres tu regalito? -  Le grito Nadia 
- Ya paren con la tontera. Déjala en paz Nadia - dijo Max, un chico que sobresalía del grupo por su gran estatura y su extraño color de pelo.
Nadia lo miró como si fuera una rata
- Que me lo pida Javi - dijo luego, pestañeando varias veces y sonriendo bobaliconamente
- ¡Que la dejes tranquila te dije! - Volvió a exclamar Max
Se acercó como una fiera hasta donde estaba ella. La tomó fuertemente por el brazo y luego la arrojó con rabia contra el grupo que tenía encerrada a Cecilia.
- Nadia ya déjala en paz - dijo Javi observando a su amigo divertido - ¿cuando te vas a cansar de todo esto? No es gracioso.
Las chicas se alejaron una vez que Max lanzó contra ellas a Nadia pero fue Javier quien se apuró a tenderle la mano para acercarla hacia él, mientras que Max escondía la propia en el bolsillo de su pantalón dándose la vuelta para desaparecer pronto del lugar con la rabia latiendo en sus sienes, mientras Cecilia sólo alcanzaba a distinguir su colorida cabeza que se alejaba del grupo. 
Se sintió avergonzada pero también aliviada. No habría soportado saberlo tan cerca y más encima que la viera en aquellas condiciones lamentables en las que se encontraba.
Se sentía morir..

TACONES DE OTOÑO // CAPÍTULO 3



Cecilia e Ivo se habían quedado dormidos sobre la cama viendo televisión solos en aquel apartamento al que se habían cambiado luego de que ellos nacieron. Fabiana, que adoraba las plantas y los jardines, ahora sólo quería cemento y muchos espejos a su alrededor.
Aquella noche de jueves otros brazos entibiaron el cuerpo de Gualberto, mientras Fabiana llegaba  de madrugada haciendo algo de ruido.
Justo frente a la puerta del piso que habitaban había otro gran espejo iluminado en donde ella podía ver su cuerpo entero con total detalle. Otra vez la luna volvía a reflejarse sobre él iluminándolo con ese fulgor mágico que sólo ella podía ver.
Se acercó enfundada en su altos tacones. Admiraba sus torneadas piernas. Le encantaba poder lucirlas, pasó sus manos por su cintura y sus caderas; si bien no eran lo pequeña que le hubiese gustado, ya no podía continuar recriminando a Cecilia y menos a Ivo por destruir su figura. Era algo que ya estaba hecho. Siguió por sus pronunciados pechos. Eso había quedado así desde su adolescencia y si bien en un principio le avergonzaban y eran otro motivo más de burla todo cambió cuando ciertos ojos que ella adoraba repararon en ellos con placer y aquella mirada, en vez de producirle rechazo, la deseó. La deseó sólo para ella por siempre porque lo amaba y sería al único a quien le permitiría verla así y tal vez tocarla.... y besarla.
Observó sus ojos, su boca. Intentó verse ahí dentro, pero nuevamente no encontró nada. Continuaba vacía. Como la última vez, cómo cuando comenzó a comprender que nunca pudo ni podría superar de verdad todo su pasado.
- Ya volviste
Cecilia se acercó hasta su madre refregándose los ojos. Su rostro aun reflejaba la bofetada que le había propinado hacía algunas horas atrás. Fabiana sintió un punzada en el estómago. Lo recordó todo. Le dolió, se reconoció en el acto y algo se removió dentro de ella.
Se acercó hasta su hija. Era tan hermosa como su padre, pensó. Tenía sus mismos ojos color turquesa. Acarició su mejilla magullada y la abrazó muy fuerte sin decirle nada.
Cecilia se sintió extraña al sentir los brazos  de su madre alrededor suyo. Ella rara vez le demostraba cariño, es decir... nunca desde ¿cuando? ¿dos años?.
El corazón de Fabiana comenzó a sentir un calorcito especial, algo que creyó haber percibido alguna vez en un tiempo muy, muy lejano. Tal vez ... pero....
- Mamá... volviste a beber. Papá se enojará y...
Fabiana pareció despertar de un sueño al escuchar su voz. La separó de su abrazo y la miró con desdén.
- Como si le importara -  sonrió con tristeza alejándose de ella, caminando erróneamente hacia su habitación
- ¿¡No me preguntarás por tu hijo?!
- Supongo que está bien ¿no?, de otro modo me lo habrías dicho. Me habrías llamado
Cecilia corría tras ella sujetándola para que no cayera. Fabiana iba despojándose de sus ropas mientras caminaba.
- ¿Qué tal la reunión?
- ¿De verdad quieres saber?
Cecilia la ayudaba a sacarse los tacones. No le respondió
- Bueno.. A ver... Déjame recordar... Oye ¡qué guapo es tu profesor! No me habías contado
- ¡Mamá!
- Está bien, está bien. A ver... Dijo que estabas mal en mates, en ciencias, en... en...a si, en historia.
Cecilia agachó la cabeza sin poder creerlo. Ella sabía que tan bien no le iba pero no sospechó que tanto. Era su último año en el colegio, pronto debía elegir carrera universitaria y debía tener buenas notas para ponderar un buen puntaje y ya veía que no lo estaba logrando.
Sus padres no ayudaban demasiado. Siempre estaban ocupados en ellos mismos y en sus peleas e indiferencias.
Cecilia volteó a ver a su madre mientras una lágrima desvergonzada se atrevía a bajar por sus mejillas. Recordó el abrazo que hacía pocos minutos le había regalado y se sonrió.
- ¿Qué voy a hacer mamá... Necesito tu ayuda.... Por favor? - susurró, rozándole la mejilla con su mano
Fabiana  no la podía oír. Su mente ya se encontraba muy lejos, en aquel jardín al que siempre huía después de clases.
Ahí podía volver a encontrarse con su paz. Aquella que había perdido en algun momento que ya no recordaba cuando. El alcohol a veces le ayudaba a llegar a ese lugar. Y ahí estaba nuevamente. Aquella mujer, la que estaba del otro lado. La que le había robado todo no la dejaba beber. No entendía como ahora pudo hacerlo. ¿Qué estaba pasando?.
Fabiana tuvo miedo. Abrió los ojos y la vió parada frente a ella observándola con aquella mirada fria y aterradora que la dejaba inmóvil. Se acurrucó en un rincón de su pequeño jardin y esperó a que volviera a desaparecer y con ella nuevamente su voluntad.

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