martes, septiembre 30, 2014

TACONES DE PRIMAVERA / ENCONTRADOS

-Qué es ese calor?.... ¿Es que ya morí?... ¿Dónde estoy?... Definitivamente morí y ese, ese debe ser un ángel. Es mi ángel. Pero ¿qué hace aquí? No deberías estar aquí pequeña… Yo… Yo te salvé. Debí haberte salvado. Pero... . 
Max tembló y apretó aún más los ojos. Sentía mucho calor sobre su piel que hacía que el dolor se aminorara un poco. Le gustaba ese calor. ¿Era eso una caricia? De repente se sintió observado y con mucho esfuerzo pudo al fin abrir sus ojos. 
No era un sueño. No estaba muerto. ¿O sí? Ahí estaba ella. La niña de sus sueños, la causante de sus pesadillas y de sus más íntimos anhelos. Pero qué hacía ahí junto a él. Ahora no podía recordar nada. Volvió a cerrar los ojos y decidió quedarse sumido en aquellas suaves caricias que esa niña le prodigaba. Si eso era estar muerto lo estaba disfrutando. 
De pronto estaba hundido en un sueño muy profundo en donde nadaba por aguas muy pesadas y oscuras.
-¡Max!- escuchó la voz de una mujer que lo llamaba.  - Esa voz, ¿por qué me sabe a dulce? a…. ¿galletas? 
Luego todo volvía a ser sombras; luego dolor, calor, fuego. Miedo, mucho miedo. 
Abrió los ojos. 
-Ho… hola – Cecilia le sonrió con su rostro completamente sonrojado. La había descubierto acariciando aquel caminito que en cuanto puso la yema de sus dedos sobre él la llenó de curiosidad y ¿deseo?. 
-Ehhhh... ¡Despertaste! ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? – Cecilia sonreía nerviosa mostrandole su linda dentadura envuelta en esos labios que siempre ha deseado besar. 
Max la observaba sin poder creer que ella le hablaba a él. Que la tenía tan cerca. ¿Qué había pasado? ¡maldita sea! No recordaba nada.
 -Yo... yo estaba… Limpiando una herida que tenías…. Ahí. Había sangre… si eso… sangre… como tienes aquí y aquí… y ahí.
Cecilia apuntaba suave con el paño húmedo sobre la piel de Max en la que ya no se veían heridas… ni sangre.
-¿Qué hago aquí? – preguntó luego de algunos segundos en que sentía la garganta seca y que las palabras se negaban a salir de su boca. 
-Eso. Estaba intentando sanar tus heridas que veo… han desaparecido
Cecilia frunció el ceño al ver que sus intentos por verse normal en esa posición frente al vientre desnudo de él no tenía sentido. La había descubierto y no tenía cómo salir de aquella habitación sin parecer una estúpida acosadora. 
Max se tocó el pecho, aún dolía en algunas partes pero notaba que no habían heridas como le decía la niña.
-¿Te duele algo? - preguntó Cecilia mirándolo fijamente por unos instantes hasta que sintió la confusa mirada en los ojos de él y la escabulló como pudo.
-Creo que iré a decirle a mis padres que ya estás mejor
Pero al levantarse de su lado Max la tomó firmemente de la muñeca. Quería palpar, sentir que lo que estaba pasando era real. Que ella era real y que estaba ahí junto a él.
-No te vayas, espera. 
Cecilia tragó saliva y se volteó a mirarlo. Max se acomodó en la cama semi sentado y la acercó un poco más hacia su rostro haciendo que ella tropezara sus rodillas sobre el mullido colchón y tuviera que subir sobre él acercándose peligrosamente hasta su cara. Sus pequeñas manos se apoyaron sobre la colcha temblorosos mientras sus ojos volaban rápidamente hasta aquella boca y no podía dejar de imaginar como sería sentirlos sobre los suyos. 
-Por favor, dime de una vez qué hago aquí. Esta no es mi casa. Dónde estoy, por qué… por qué me duele todo el cuerpo. ¡Qué pasó maldita sea! 
Cecilia se asustó con aquel tropel de palabras que salían de su boca. Su voz era tan profunda y sexy que no pudo evitar que los latidos de su corazón se disparan y comenzara a hiperventilar. Pero al instante en que aspiró su aroma se sintió mareada por el mal olor que salía del cuerpo y la boca de él. Definitivamente el chico necesitaba un baño urgente. 
-Creo que primero debes intentar levantarte y tomar una ducha. Traeré un cepillo de dientes nuevo para ti y…
-¡QUÉ SUCEDIÓ! ¡DIME! ¡POR FAVOR! 
Cecilia se alejó de él temblando. Parecía otra persona. Ya no veía en sus ojos dulzura. No era que no le quería decir, simplemente ni ella sabía ni entendía muy bien qué había sucedido. No sabía cómo explicarle y salió de la habitación corriendo dejando la puerta abierta tras de si.
Max se sintió muy mal. No quería asustarla. Vio en sus ojos temor y eso lo desmoronó aún más. Intentó levantarse de la cama pero sus fuerzas eran muy pocas. Casi no podía mantenerse en pie.
Logró sentarse bajandose de la cama y lo primero que vio fueron sus pies ¿por qué los notaba más pequeños? Miró sus manos, y con ellas sucedía lo mismo. Por instinto llevó sus brazos hacia su espalda y suspiró aliviado. Aún estaban ahí. Seguía siendo lo que era. Decidió volver a intentar levantarse pero en ese momento aparecieron Fabiana y Gualberto en la puerta de la habitación y tras ellos unos ojos asustados que no se despegaban de los suyos. 
-Veo que ya despertaste. Ven te ayudaré. Apóyate en mi. ¿Necesitas ir al baño? 
Fabiana lo miraba con ternura y él sólo se dejaba llevar por aquella voz delicada y esas suaves manos que lo abrazaban.
-Si por favor. Gracias. 
Al levantarse pudo notar que su estatura también había disminuido. Si bien ya no era tan alto como él mismo recordaba sentirse, aún lo era en relación a las personas con las que estaba ahora reunido en ese momento.
-Me puedes decir qué ha pasado ¿por favor? Le he preguntado a ella pero no me ha querido decir nada. Además, ahora que recuerdo ella… ella me estaba… me estab…
-Mamá llévalo al baño por favor. El chico necesita un baño urgente. ¿No lo sientes? ¡Huele a diablos!
Cecilia apretó su nariz hablando demasiado rápido para interrumpirlo y luego se adentró en el baño para dar la llave de la tina. 
-Vamos mamy yo te ayudo
-¡Como te atreves señorita!. Es un chico. Sal de aquí, espera afuera – gritó espantado Gualberto tomándola de un brazo y dejándola fuera de la habitación – Yo ayudaré a tu mamá. Ve a ver a tu hermano que pudo haber despertado con tus gritos. 
Max la miraba confundido ¿era la misma niña tierna y delicada que solía ver en los recreos del colegio? ¿Cómo podía ser tan irritante? ¿Qué huelo mal?.. A qué… a ¿!DI A BLOS?! 
En ese momento recordó. Justo cuando entre Gualberto y Fabiana lo estaban acomodando dentro de la tina. 
-El cementerio… ustedes… Ella. Yo… Yo no debería estar aquí. Dijo luego de unos segundos aferrándose a la tina con los labios temblorosos. Fabiana lo miró con ternura.
-Lo estás Maximiliano y estás con nosotros para averiguarlo. Nosotros te ayudaremos a regresar donde ellos… si quieres.
Gualberto la miraba embobado ¿de qué hablaba? ¡Ese chico tenía que salir esa misma noche de su casa! 
-Te dejaremos solo. Trata de relajarte. Todo estará bien. No estás solo 
Fabiana salió del baño cerrando la puerta suavemente tras ella. Max se quedó con un nudo en la garganta. Los recuerdos estaban llegando a su cabeza como una ráfaga de imágenes inconexas. No pudo dejar de soltar un quejido y sus lágrimas azules comenzaron a inundar todo el lugar.
-Estoy solo otra vez… Ahora qué hago. Yo debía ser el sacrificio… No tu… Ese era mi destino. 
Max no podía dejar de lamentarse. No se daba cuenta del desastre que estaban provocando sus lágrimas hasta cuando vio abrirse la puerta lentamente y la vio nuevamente. 
-¡Pero qué es todo esto! Vas a inundar la casa. ¡Cierra esa llave del agua por Dios!
Pero Max no la oía. Sus ojos y sus oídos estaban cerrados. Su mente y  todos sus sentidos estaban más alterados que de costumbre. Salió del agua sin importarle que estuviera desnudo, ni la mirada asombrada que se paseó por su sombra al salir del agua. Se acercó a Cecilia y la abrazó fuerte, muy fuerte. Ya no se alzaba sobre ella por casi dos cabezas, ahora él podía aferrarla a su cuerpo sin temor a hacerle daño. Su boca estaba demasiado cerca, su piel relucía, su pecho estaba agitado. Recordó cuando la alzó entre sus brazos para alejarla del peligro que la acechaba. Sintió un fuerte escalofrío recorrer su columna vertebral. Cecilia callaba. Sentía que le faltaba el aire y que en cualquier momento se desmayaría. Pero ese abrazo era más, mucho más que eso.
Como por un impulso ambos cerraron sus ojos a la vez y sintieron que sus almas eran levantadas por un torbellino de emociones antiguas que los llevaban por cientos o miles de años en el pasado. Un pasado demasiado doloroso que los había separado trágicamente pero que ahora los había vuelto a juntar.
Abrieron los ojos de golpe segundos antes de sentir que eran traspasados violentamente por una masa de energía oscura que los separó y lanzó lejos, golpeándose contra las paredes de la habitación en la que estaban. 
Sólo las lágrimas que antes había derramado Max sobre el piso evitaron que el golpe los matara a los dos. 
Fabiana y Gualberto entraron corriendo al sentir el fuerte estruendo. 
-Ya lo saben – dijo Fabiana con voz temblorosa
Gualberto corrió hasta donde estaba su hija. La tomó en sus brazos para llevarla hasta su habitación. Fabiana esperó a que su esposo volviera y le ayudara con el cuerpo pesado de Max.
-Quienes lo saben Fabiana. ¿De qué hablas?. Por favor, ya basta de todo esto. Siento que voy a enloquecer. Dime mi vida… por favor. Qué está sucediendo. ¡QUE NOS ESTÁ PASANDO! 
-“Ellos”. Nos encontraron. Él los atrajo hasta nosotros – Dijo, apuntando a un Maximiliano completamente desvanecido.

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